La Argentina Hambrienta

Una deuda de humanidad

La vida de la humanidad está antes que la deuda externa.

Se oyen y se pueden leer las noticias sobre «la deuda externa». Es un tema muy difícil de entender. Entonces la mayoría de la gente prefiere mirar programas de entretenimientos u oír otras noticias. Sin embargo, el tema de «la deuda externa» es de gravísimo interés para los gobernantes y los gobernados. Nuestro país debe a los acreedores internacionales miles de millones de dólares. Y lo más grave es que para pagar esa deuda, el país sigue pidiendo préstamos. La deuda externa de los países pobres ha sido creada por un modelo económico, pensado desde escritorios de economistas y lejos de las necesidades básicas de la gente. Ese modelo se encuentra hoy atrapado en un callejón sin salida. Ni los mismos economistas que hicieron nacer este monstruo saben como salir de él. Lo único cierto es que casi todo el hemisferio sur está endeudado y esa deuda pesa no sobre los gobernantes que la contrajeron sino sobre poblaciones enteras que hoy carecen de hospitales, infraestructura, techo, alimentación digna. La deuda externa en nuestros países ha cobrado ya miles de vidas y seguirá creando más miseria aún, si no se ponen en claro algunas cosas.

Cuando el dinero busca dinero se ha roto su verdadera función. Para los que se encuentran en ese «juego maldito» ha desaparecido la palabra «hermano» Jesús dijo: «Todos ustedes son hermanos» (Mateo 23:8) y aseguró que lo que hace mos a los más pequeños entre los hombres, se lo hacemos a Él. La deuda multimillonaria de los países no fue transparente y tampoco lo es hoy. Ninguno de los que viven en la miseria sabe para qué se pidieron los préstamos y adonde fueron a parar. La falta de transparencia de los gobiernos que pidieron los préstamos ha endurecido los corazones de los acreedores, pues piensan que si se les perdona la deuda, seguirán gobernando sin transparencia y no a favor del bien de todos, sino beneficiando el enriquecimiento ilícito de unos pocos.

Suprimir la deuda tiene un costo para los países acreedores, un costo ínfimo si se compara con el precio de la propia vida que están pagando los países pobres. Un país rico como Francia, podría suprimir la deuda inmensa de otro país de África, a un costo de 20 dólares por ciudadano francés, o mantener la deuda y dejar que varios millones de personas se mueran de hambre. Esto significa que, si bien hay obligación de pagar las deudas, hay una justicia más alta, cuando está en juego el destino de la misma comunidad humana. Los pobres no fueron consultados ni tenidos en cuenta cuando se contrajo la deuda, y ellos son los que pagan la deuda sin los servicios esenciales que un país debería asegurar a los ciudadanos más pobres; no tienen asegurada la salud, la educación de sus hijos, ni la duración de la vida. Esto significa que el problema de la deuda externa no es un problema económico, sino un problema moral, porque afecta totalmente el bienestar de las familias, pone en peligro la supervivencia de los pobres, destroza los vínculos entre personas y presenta un futuro sin esperanza a los jóvenes.

Hay un principio de moral que dirige esta reflexión: la comunidad humana es responsable de sus miembros más débiles y vulnerables, porque Dios ama a todos. en especial, a los que nada tienen. Hay otro principio para la solución del problema que proponemos aquí: los países acreedores deben perdonar la deuda a aquellos países que acepten un control estricto para que lo que se debe sea utilizado para mejorar la situación de los más pobres de cada país. Pensemos en nuestro país, hay millones de personas sin atención médica, sin caminos, sin electricidad, sin agua corriente, sin trabajo permanente y digno. Si un país endeudado se compromete a que los dineros adeudados irán al servicio de los pobres, pensamos que se podrá perdonar la deuda. Eso significa que los gobiernos de los países endeudados deben comenzar una política de transparencia que no ha existido hasta ahora. Para que sea posible esa transparencia deben participar en los acuerdos de reducción o perdón de la deuda externa, instituciones no gubernamentales, las Iglesias, los mismos pobres y marginados de la sociedad: no puede ser un acuerdo entre gente de «cuello blanco». Hay que dar cuentas a la población de lo que se hace con el dinero, pues este está al servicio del bien de todos. Nuestros países endeudados no sólo deben ser beneficiarios de un perdón, sino que deben reconocer delante de los acreedores las «plagas» que hay en nuestro modo de concebir la convivencia humana. Los únicos «malos» no son los países extranjeros, sino también muchos compatriotas que están al servicio de un «modelo económico» inservible para crear la «fraternidad».

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