Una cuestion cultural el miedo
Catequesis

Una cuestión cultural: El miedo

Sensibilidades y mentalidades

El ecumenismo no ha cuajado en el clero y en el pueblo de Dios, salvo ciertas honrosas excepciones. Desde el clero se lo ha visto como un ejercicio de la Santa Sede y los especialistas en cuestiones teológicas. Eso constituye una presunción equivocada. En Bari, en 1986, fracasó una reunión de los patriarcas ortodoxos con la plana mayor de la Curia romana y los ecumenistas, porque no se tuvo en cuenta las cuestiones de «sensibilidad». Al tratarse el tema de los Sacramentos de la Iniciación Cristiana y las causas de por qué la Iglesia Católica se apartó de la Tradición y administró la Eucaristía antes que la confirmación, los cardenales católicos minimizaron la dificultad y ante su sorpresa, los Patriarcas ortodoxos se levantaron y se retiraron de la reunión tan preparada para ya no volver. Hubo que postergar por dos años el nuevo encuentro. ¿De qué se trata? De una cuestión de sensibilidad y mentalidad.

Los aspectos de sensibilidades y mentalidades que nos parecen tan poco «racionales» a la hora de dilucidar los grandes temas, para otros son «cuestiones» que no se pueden pasar por alto. Cuando hay asuntos que tocan la sensibilidad de una Iglesia, hay que comprender que deben manejarse con cuidado extremo, porque los asuntos de sensibilidad son muy decisivos, ya que pertenecen a las actitudes e inclinaciones de una comunidad o grupo cristiano. Se trata de los estratos más profundos que han moldeado un comportamiento durante siglos: cultura e identidad. Hay que recordar que lo que más une y lo que más separa son, precisamente, los elementos «sentimentales» o sensibles de una comunidad. Incluso me atrevo a decir que la sensibilidad moldea la mentalidad colectiva. Hay temas en apariencia secundarios que pueden dejar heridas profundas. Por consiguiente, para el ecumenismo no se necesitan solamente expertos en teología, sino creyentes respetuosos de la sensibilidad y la mentalidad de los demás. Y eso no se puede adquirir en los libros: exige lo que se denomina con el verbo «frecuentar», e.d tener un trato personal y constante a niveles distintos de los puramente académicos. Eso es lo que hizo el P. Portal con Lord Halifax (Charles Wood) a principios del siglo XX, amistad que condujo a las «Conversaciones de Malinas», entre católicos y anglicanos.

Es muy significativo que la declaración común de luteranos y católicos de los Estados Unidos sobre la primacía papal señalen «la promoción de la diversidad, el respeto del derecho de las minorías y la protección de las opiniones de las minorías en la unidad de la fe», así como «la protección de las legítimas tradiciones de las comunidades y el respeto por su tradición espiritual». Las otras Iglesias y comunidades cristianas ven a la Iglesia Católica como «irrespetuosa» de sus tradiciones, en especial los ortodoxos.

En el ecumenismo hay actividad sin productividad

En el ecumenismo ha habido una gran actividad. Desde principios del siglo XIX se ha desplegado una actividad incansable para hacer tomar conciencia de la voluntad de Cristo. A mediados del siglo XIX comenzaron numerosos intentos de diálogo a nivel parroquial y comunitario. El Concilio Vaticano II pareció dar un espaldarazo a esos intentos. Sin embargo, ocurrió lo contrario, que algunos denominaron «invierno del ecumenismo». ¿Qué había sucedido? La cantidad de reuniones, de diálogos bipartitos, tripartitos y otros, el intercambio de visitas, no provoca por sí misma un resultado. El exceso de actividad puede ocultar la ignorancia de la meta. Con mucho movimiento no sabemos adónde vamos. Dice el refrán popular: «no por mucho madrugar, amanece más temprano». Solamente si tenemos resultados, podemos decir que el ecumenismo es provechoso y productivo. Por eso la falta de resultados ecuménicos a nivel de clérigos (de los tres grados) y del pueblo cristiano, ha dado esta sensación de desinterés, aplastamiento e indiferencia. A ello debe sumarse que por ignorancia de las exigencias trinitarias y cristológicas del Consejo Mundial de las Iglesias, al iniciarse el tema de «las sectas», todos los no católicos fueron puestos «en la misma bolsa». La gran obra de los ecumenistas pioneros se ha acabado y nos encontramos frente a una situación en la que hay que moverse en una nueva dirección.

Miedo y parálisis ante un cambio

Parece una falta de respeto decir que terminó la época de Berdiaeff, Söderblom, Thurian, Visser’t Hooft, Couturier, Congar, Jaeger, Mercier y tantos otros. La realidad nos está golpeando. Si no cambiamos, el ecumenismo puede morir. El Papa no lo quiere, a pesar de sus muchos años. Y con la sola voluntad del Papa no se puede avanzar. La Iglesia entera, nosotros, debemos salir del miedo. Porque lo que existe es el miedo al cambio. Y es bien sabido que los miedos paralizan.

En realidad hay un miedo bueno y es tener la seguridad de que si seguimos así, el ecumenismo puede ir peor. Y también hay un miedo malo que consiste en quedarnos donde estamos, porque nos sentimos muy cómodos y no tenemos que cambiar nada de nuestras costumbres paradigmas. El Papa nos está diciendo, casi gritando, «más vale tarde que nunca». Por eso, hoy tenemos que preguntarnos con sinceridad: ¿Si no tuviésemos miedo al cambio, qué podríamos hacer por la unidad de los cristianos? No podemos dejar que las cosas «sucedan», ni que el ecumenismo sea considerado «anticuado». Para eso hay que salir de lo acostumbrado y dirigirse hacia otra dirección

Nuestra tarea consiste en anticipar los sucesos. La convicción de que el camino de la unidad es alcanzable, nos permite volver a dar fuego a la utopía de la plena y visible Comunión entre Iglesias. Cuando digo «utopía» no me refiero a un «pretexto para quienes desean rehuir las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario, sino a una forma de crítica a lo existente que provoca con frecuencia la imaginación prospectiva, a la vez para percibir en el presente lo posiblemente ignorado que se encuentra en él, y para orientar hacia un futuro nuevo». Afierma un gran teólogo argentino: «La única manera de abrirse a una actitud constructiva, dinámica, creadora… es la de proyectar nuevos ideales, creer en la posibilidad de nuevos y mejores proyectos…». La utopía representa una nueva manera de plantearse el ideal de la unidad. Por eso, Pablo VI decía que «jamás en cualquier otra época había sido tan explícito el llamamiento a la imaginación social…». Por consiguiente, la imagen del éxito en el intento de reunir a los cristianos, aun antes de alcanzar este sublime ideal, nos lleva a conseguirlo. Y para ello, necesitamos dejar rápidamente la cómoda actitud de dejar que hable el Papa y nosotros desinteresarnos, para buscar junto al Papa y entre nosotros, los caminos que nos hagan alcanzar la plena unidad. Hay que salir de un «ecumenismo moribundo» para buscar la verdadera unidad.

Sin desmerecer la actividad ecuménica del siglo XX, es menester reconocer que se ha movido con «ideas antiguas». Ha desbrozado el camino. Sin embargo, necesitamos «ideas nuevas». El desafío es: saber que podemos encontrar un ecumenismo nuevo y disfrutar concretamente de la unidad. Esa convicción nos hace buscar y encontrar caminos y procedimientos nuevos. Las declaraciones comunes sobre Cristología de antiguas Iglesias orientales separadas, los documentos de la «Anglican Roman Catholic International Commission» (ARCIC) y de las otras comisiones de trabajo teológico, los importantes documentos de la Comisión de la Iglesia Romana y las Iglesias ortodoxas son hitos de pequeños camios que nos anticipan el gran cambio esperado. Lo que debe reocuparnos es seguir con la misma actitud indiferente frente al ecumenismo, porque si repetimos los mismos comportamientos vamos a obtener idénticos resultados. El cardenal Leo J. Suenens, primado de Bélgica, afirmó en el Concilio Vaticano II que «minus nocet ecclesiae oppositio adversariorum quam passivitas fidelium» (daña más a la Iglesia la pasividad de los fieles que la oposición de los adversarios).

Es preciso cambiar la manera de hacer las cosas. Eso va en primer lugar hacia la Universidad Católica, la Facultad de Teología, los clérigos en sus tres rangos. El Papa no puede imponernos un cambio «ecuménico», si nosotros no tenemos la voluntad explícita de aceptarlo. La Iglesia Católica podrá cambiar su modo de encarar la cuestión ecuménica únicamente cuando el Pueblo de Dios, la multitud de los hermanos, esté de acuerdo. Tenemos que convencernos de que tanto nosotros los católico-romanos, como el resto de los cristianos, estamos imaginando más miedos de los necesarios. Y lo peor es que los imaginamos muy grandes. La realidad puede ser menos «horrible» de lo que unos y otros imaginamos, y más evangélica. El Espíritu Santo sigue actuando y la prueba es que hoy estamos reunidos, hablando y reflexionando aquí sobre la unidad de los cristianos y las comunidades.

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