Un modelo de sacerdote

Conocí al P. Eduardo Prus la primera vez que visité Michigan. Allí vivía el hermano de Rosita Arce. Este era recepcionista en el santuario de S. Teresita de Royal Oak. George Arce vino a buscarme y dijo que debía conocer a su párroco el P. Prus.

Tanto insistió que logró que fuera a celebrar la Nochebuena  en esa gran iglesia y luego fui invitado a comer la cena de Nochebuena. Todo temprano por la nieve. Prus predicaba de un modo nuevo: se comunicaba de inmediato con sus 3000 fieles y lograba transmitir el mensaje del Evangelio, como yo nunca había oído. En la cena dejó hablar a sus vicarios locuaces e intrervino algunas veces para que yo me sintiera cómodo.

Desde aquella Nochebuena de 1974 fui invitado a pasar las vacaciones allí. Así que por 45 años fuimos trabando una amistad sólida y sencilla. Así logré conocer su vida privada de oración, su frugalidad al comer, y su atención esmerada a la gente. Era un hombre disponible para todos. Para mí era un secreto cómo podía hacer tanto para tantos.

El captó que si seguía allí lo iban a hacer obispo. Entonces decidió viajar a Brasil para ayudar en una favela de Recife. Pasar de Royal Oak a esas favelas era un cambio terrible sin mencionar el tema del idioma. Supo, empero, comunicarse con la gente que llegó a amarlo mucho. Al término de los tres años de permiso, viajó a Buenos Aires en 1989 para estar conmigo en Jesús Misericordioso. Todavía lo recuerdan los Fontán y otros. No sabía castellano y, como pudo, en un portugués deficiente supo conquistarse  el amor de los fieles. Me dí cuenta que era un don del Señor a su fidelidad. Su presencia inspiraba modos cristianos de vivir, sencillos e inteligentes. Es un modelo para mí.