Un «Banco de solidaridad»
Estamos acostumbrados a usar la palabra «banco». Hasta los ancianos de otra generación y los más pobres, incluso los niños saben que «banco» equivale a «dinero». La palabra se origina en la época medieval, en los reinos de Italia.
Un «banco de solidaridad» es todo lo contrario: no nace por la ambición de guardar y aumentar. Hay en el ser humano una «ley de la naturaleza» o ley natural que existe antes mismo de tomar consciencia de nuestra propia existencia. Nos interesamos por los demás. Los padres se interesan por sus hijos, los maestros por sus alumnos, los tutores por sus discípulos, los abuelos por sus nietos, los políticos por sus naciones, los curas por sus fieles.
Cuando poseemos algo hermoso, un talento, un don, un afecto, nos sentimos impulsados a comunicarlo a los demás. El músico quiere hacer oír sus melodías; el dibujante muestra sus obras el matemático demuestra cuanto sabe; el bebé abre sus brazos cuando ve a su padre. Cuando vemos a alguien que está peor que nosotros, nos sentimos llamado a ayudarlos con algo nuestro: Palabras, compañía, regalo. Ese impulso es una exigencia «natural», que se da en nosotros antes de razonar mucho.
A ese impulso podemos llamarlo «ley de la existencia humana» o «ley natural». Hoy en día, la cultura prevalente quiere cambiar esa ley de la naturaleza por el «gusto», el disfrute, el «hacer lo que quieras». Por eso, en lugar de llamar a los abuelos, los nietos esperan que los abuelos los llamen a ellos. La ley natural manda «respetar a los mayores»; la cultura de hoy dice: «no te preocupes de los viejos, son descartables» (hasta que necesitan plata).
El Banco de solidaridad es una manera organizada de satisfacer la exigencia natural de compartir lo que tenemos. Lo hemos hecho durante 24 años, llamándolo Caritas.