La Argentina Hambrienta

Sugerencias para el tiempo de duelo

La pena del duelo es el precio del amor. Es doloroso reconocerlo. Sólo los que han amado de veras, sienten el duelo. «Lo que más me cuesta es que la gente, ya no pronuncia el nombre de mi hijo, por temor a herirme. Es como si se hubiesen olvidado», me decía una madre. «Lloro cada noche desde que murió mi esposa, me comentaba un amigo. En cuatro meses, ¡se fue de mi lado! Me siento perdido sin ella».

La muerte es una pérdida que requiere un ajuste para seguir viviendo. Las reacciones difieren según las imágenes interiores de cada uno. Algunos para consolar a los que están de duelo, dicen: «El tiempo lo cura todo». Eso es falso. Nadie puede sentarse a esperar que el tiempo cure la herida de una muerte. Hay que «usar» el tiempo para curarse, y encontrar nuevamente sentido a la vida. Propongo algunas sugerencias para este «duro peregrinar del duelo»:

1° Darse tiempo para aceptar que lo terrible sucedió

Lo más duro es darse cuenta que lo que sucedió, «realmente» pasó y que la vida ya no será como antes. ¿Por qué sucedió?, nos preguntamos. La respuesta es racional y no nos sirve porque nuestra herida es emocional. Es importante aceptar que lo terrible sucedió realmente. No podemos luchar contra el hecho, sino aceptar que pasó. Eso es lo doloroso: aceptar una pérdida que ya no podemos cambiar. Es penoso, porque nos pone frente a nuestra propia fragilidad: somos limitados: indefensos, desnudos, solitarios, heridos, doloridos. Ha muerto un ser muy querido, pero eso no quiere decir que vamos a morir también ahora. Como dijo Jesús después que la gente comió: «Recojan los fragmentos», necesitamos partir de nuestros «fragmentos» para iniciar una nueva etapa.

2° Darse tiempo para el cambio

La existencia humana contiene una serie de cambios. Hay que adaptarse a ellos pues no somos Dios, sino personas humanas, limitadas. ¡Qué duro es ser humano frente a la muerte! Conocí una persona que nunca asumió que la vida había cambiado: dejó la casa exactamente igual que antes y seguía lustrando habitaciones vacías! Daba la impresión de que vivía para los muertos. El «cambio» significa que en lugar de usar el pronombre «nosotros» hay que usar «yo», que en lugar de usar los paradigmas de la vida anterior, los cambiamos por uno nuevo. El cambio implica cosas concretas: aceptar la rabia, la culpa, el miedo, la tristeza, el estrés y otros sentimientos que acompañan la muerte de un ser querido. Para todo eso hay que «darse tiempo» y no querer aparecer como «equilibrados» y sin sentimientos.

3° Darse tiempo para tomar decisiones

«Cuando salíamos mi mujer era la que llevaba las conversaciones. Ahora me siento raro en casa de mis amigos, porque no sé qué decir», me confesaba un feligrés. Hay que tener paciencia con uno mismo y aprender mediante errores. especialmente en los asuntos en los que nunca actuamos, p.e. manejo del dinero, trámites, pagos, cambios de titularidad, etc. Hay que tomar decisiones para no quedar bloqueados. Evitar decir: «No tengo ganas de hacer nada». Cada día hay que planificarlo después de las pérdidas: hoy voy a tal lado, hoy debo visitar fulano, hoy tengo que ir a Misa y después…, etc.»

4° Darse tiempo para compartir

Pasado un cierto tiempo, los amigos y parientes, comienzan a actuar «como si nada hubiese sucedido». Los que han sufrido la pérdida tienen ganas de gritar. Las pérdidas tocan nuestra «historicidad». Eso significa que si perdemos a los padres, hacemos duelo de nuestro pasado; si perdemos a un cónyuge hacemos duelo de nuestro presente; si perdemos a un hijo o hija hacemos duelo de nuestro futuro. Algunas palabras suelen ser desastrosas: «Ya pasó un año: no puedes vivir así», o expresiones semejantes. Necesitamos recordar y compartir con gente que tenga corazón para aceptarnos en el momento que atravesamos. Necesitamos tiempo para abrir nuestro corazón. A veces encontramos alguno que ha pasado por lo mismo que pasó la persona amada: la estadía en el sanatorio, la vergüenza de ser bañado, la impotencia de sentirse débil, las esperas afuera de la terapia intensiva…

5° Darse tiempo para tener Fe

El dolor puede ser un terremoto para nuestra Fe. Puede sucedernos que nos cueste ir a la Iglesia, rezar, seguir con las prácticas acostumbradas. La Fe no nos saca el dolor, sino que nos ayuda a vivir junto a él. El duelo nos hace entrar en la peregrinación de la soledad: como los israelitas en el desierto debemos seguir caminando pese a todo. La comunidad católica debería ser el respaldo para nuestra vida, igual que las Misas de aniversarios, y especialmente, sentirnos queridos y apreciados.

6° Darse tiempo para perdonar

El tiempo de duelo nos hace revisar nuestra relación con la persona que murió. Habitualmente encontramos algo que no corresponde a lo ideal. Necesitamos aceptar nuestras imperfecciones. Es perjudicial juzgar nuestro ayer, con la experiencia acumulada que tenemos ahora. Ya no podemos cambiar lo que no hicimos o lo que dijimos, porque nos hace sentir «culpables». Ni debemos hacer los «santos» porque murieron: ellos también eran imperfectos, como lo somos nosotros. Evitar idealizar a la gente hace mucho bien: recordarlos como eran. También está la rabia con los parientes que desaparecieron después del velatorio, o los que no vinieron, o los que hicieron o escribieron cosas insoportables. A veces nuestra rabia involucra a la persona muerta, porque murió de un modo que nos dejó mal. Hay que perdonarse en la relación con los que murieron. Darse tiempo para eso, pero hacerlo.

7° Darse tiempo para sentirse bien consigo mismo

«La muerte de mis hijas me ha hecho ser una madre más comprensiva. Ahora soy mejor», me decía una señora, «Lástima que tuve que aprenderlo después de perderlas». Había comenzado a crecer como mujer y a tener más confianza en los de su familia. Para eso hay que «estar ocupado» o trabajar en algo (voluntariado, oficio, etc.) o explorar nuevos intereses (lectura, cursos), nuevas experiencias ( ir a nadar, hacer yoga, aprender a hacer arreglos florales, etc.), aprovechar invitaciones (ir de viaje. proclamar la Palabra en la parroquia, ser catequista o ministro de hospitalidad, etc.). Es como volver a invertir en algo útil las propias energías y aceptar que se puede volver a sentir satisfacción y uno no está condenado a la tristeza por la pérdida.

8° Darse tiempo para hacer nuevos amigos

Hay que mantener los contactos con la gente. De lo contrario, la soledad de las pérdidas puede convertirse en aislamiento. En el proceso de duelo, nos vamos sanando cuando damos un paso hacia los demás. Las nuevas amistades ofrecen mucho. Recuerdo que siendo joven tenía como compañeras de alemán a varias viudas. Una me confesó:» Me anoté en este curso, porque los que vinieron al entierro de mi marido, desaparecieron ¡y necesito la amistad!» Pero todo lleva su tiempo: evitar ser apresurados.

9° Darse tiempo para sonreír

«Me daba bronca ver gente que reía», me dijo un papá en duelo. Le contesté suavemente que yo lo había visto reír a él cuando otros sufrían. Eso lo calmó y le hizo tomar conciencia de que hay tiempos para reír y para llorar. La sonrisa nos permite volver a vivir y ser buenos. Hay que aprender a sonreír de nuevo.

10° Darse tiempo para ayudar

Si somos capaces de ayudar a otros necesitados, dejaremos de culpabilizarnos y de tenernos lástima. Entregarse a las buenas causas trae bálsamo a nuestra pena. Ayudar a otros es la oportunidad que necesitamos para sanar las heridas del duelo.

Hay que darse tiempo para dejar la amargura y sentir que Dios nos llama a amar y a vivir. Esa es la peregrinación del duelo.

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