Párroco

Se regala anestesia

¡Es lindo ver llegar a la gente a la Iglesia parroquial! Vienen a cumplir con el mandamiento de Dios y el precepto de la Iglesia, porque se celebra la Misa por una intención especial. Se acomodan en sus lugares preferidos. A veces saludan a algún conocido.
Lástima que llegan dormidos, inertes, casi inconscientes. Son la familia católica. Se parecen a esas familias que tienen unos hijos jóvenes que se despiertan el domingo a las dos de la tarde y aparecer para desayunar.
Por eso, hemos decidido regalar anestesia a los pocos creyentes que llegan con entusiasmo. Así se equiparan con los demás: todos dormidos. Y el cura que haga su oficio. Y basta. Porque el poema de Santa Teresa de Avila dice: Sólo Dios basta. ¿Para qué moverse si Dios hace todo?
La anestesia es valiosa porque con ella no se siente nada. De modo suave, vas entrando en un estado plácido en el cual las voces de médicos, instrumentistas, cardiólogos y enfermeras son meros sonidos lejanos que no te molestan. Te despiertan sólo cuando te tocan para el recreo de la Misa, o sea, el saludo de la paz.
El resultado es la Iglesia Católica que estamos viviendo: chata, dormida, anestesiada, inerte e inconsciente. ¡Qué distinto sería que el ateo y poco creyente que aparece a veces descubriera a la Iglesia auténtica de Cristo! ¡Una comunidad que vive, que reza, que canta, que vibra y que palpita al unisono con el corazón de Jesús!

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