rosita y su testimonio
Testimonios

Rosita y su testimonio

Ignorante del terrible significado de la polio, llegué con mi juventud al hospital para ayudar al capellán… Visitaba las salas y encontraba la actitud apropiada para cada enfermo. Con los de polio era más difícil, porque les afectaba las vías respiratorias. Mi trato con la gente no me impidió entrar en el terreno de lo «organizativo», en lo cual descollé. Con anuencia del capellán, y de la superiora… Fundé un «consejo pastoral» para vincular a los católicos que venían a título privado como Rosita Arce o Víctor Amorrortu, o a título institucional. Era 1956.

Rosita era especial. Los domingos venía temprano al Muñiz y se quedaba hasta terminada la reunión del «consejo», pasado el mediodía. Me apoyó: le encantaban los discursos de Pío XII sobre cuestiones médicas que yo comentaba en el grupo de unas 35 monjas que yo conocía, no quería que le hablasen de ser monja. Fuimos amigos más de 30 años, hasta su muerte.

Si yo necesitaba dadores de sangre, o alguien para una «gauchada», hallaba a alguno de su oficina -una gran empresa extranjera- para hacer el favor. Era secretaria del gerente (¡un gran tipo Don Benito!)… Me atraía conocer su ambiente de trabajo. Intento siempre frustrado, con su sonrisa pícara y un «no» amable. Al fin, un día le pregunté: «¿Porqué no quiere que pise el edificio de la Diagonal Norte?» Me contestó convencida: «Mire… tengo mi estilo de apostolado. Si me ven con curas y monjas, estoy segura que me ayudarían menos. Saben que soy católica y que voy a Misa diaria. Jamás se han burlado de mí. Nunca les dí el gusto de que me vieran junto a gente de sotana y hábito. No uso medallas, cadenitas, rosarios. No hablo de religión ni discuto. Por ahora, así es mi forma de ser cristiana. Y me resulta eficaz».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *