La Argentina Hambrienta

Rosarios que cuelgan…

Desde 1982 ha cundido una costumbre en nuestro país, que antes no se conocía. Es la de llevar colgado al cuello o del espejito retrovisor del auto, un «rosario». Es un signo que se ve claramente. Si subimos a un colectivo lo encontramos, en los taxis también, está colgado en muchas casas. Merece una reflexión.

Los signos pueden ser vivos o muertos, activos o inertes. Al Rosario le puede suceder lo mismo. Si se lo lleva como un talismán, es un elemento más del hombre que busca mágicamente la solución de sus problemas. Si se lo aprende a usar, sin magia, ayuda realmente a solucionarlos.

El Rosario es una manifestación de «la religiosidad popular», es decir, el conjunto de creencias centradas en Dios, de los comportamientos que provienen de nuestra fe en Dios, y de las expresiones externas que manifiestan las creencias y los comportamientos. Si encontramos en nuestro país, por todas partes, este signo de religión que es el Rosario, nos hallamos frente a un elemento que vincula a la gente y a la nación. Pese a las divisiones que existen entre nosotros hay un elemento religiosos que, sin palabras, nos vincula a los grupos sociales, a las edades, a las pertenencias políticas o deportivas.

El Rosario responde a las tres preguntas esenciales que cualquier persona tiene que hacerse: la pregunta sobre Dios, la pregunta sobre la muerte y la vida, la pregunta sobre el sentido de la existencia humana. Como se trata de un instrumento para rezar, el Rosario está dividido en «misterios»: un Padremuestro, diez avemarías y una Gloria al Padre. Esox «misterios» son un repaso de la vida de Jesucristo, desde su concepción hasta su muerte, y luego de su vida gloriosa como Señor Resucitado que guía la historia.

Si donde se reza en público, o en la recitación familiar, cada «misterio» del Rosario fuese precedido por la lectura del texto bíblico correspondiente, nos encontraríamos que el Rosario está completamente relacionado con la Sagrada Biblia. La repetición de los «misterios» y las avemarías logran crear en nosotros una cierta intuición espiritual o sabiduría interior, un instinto especial que nes acerca a la voluntad de Jesucristo sobre nuestra vida. La gente que reza el Rosario se da cuenta enseguida cuando la Iglesia está siguiendo al Evangelio o cuando el Evangelio es asfixiado por otros intereses que no son los de Dios.

En realidad, el rezo del Rosario en familia y en comunidad es un modo de evangelizarse continuamente. Cuando un buen amigo nuestro, llegó como párroco a una zona de Santiago del Estero en la que hacía 200 años que no había sacerdote estable, la primera realidad con la que se encontró es que la gente se reunía desde siempre para rezar el Rosario: había «rezadores» que tenían esa responsabilidad y se la habían pasado de padres a hijos. Por eso, los cristianos de esa zona abandonada materialmente, habían mantenido – mediante el Rosario que los asociaba – el contacto con la Palabra de Dios, y en última instancia con el mismo Jesucristo. Así mantuvieron también el sentido del pecado y la necesidad de repararlo.

En lugar de quejarnos de que algunos consideren al Rosario como amuleto, hay que poner manos a la obra para que este tipo de oración sea apreciada por todos, jóvenes y ancianos, niños y mayores. El mes de octubre es en la Iglesia Católica, desde León XIII, el «mes del Rosario», ya que el 7 de este mes celebramos a «Nuestra Señora del Rosario», título de la Virgen María que llevan numerosas parroquias de la Argentina. Incluso una de las principales ciudades del país lleva ese nombre: Rosario de Santa Fe. En efecto, esta oración – que bien puede ser llamada la oración de los humildes de corazón – nos hace repetir con sencillez el saludo del Ángel Gabriel a María, la alabanza de Isabel a su parienta, y la súplica de los cristianos a la «Madre de la Iglesia». Si catequizamos a la gente sobre el Rosario, realizamos una auténtica «pastoral».

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