Responde sin discutir

A veces nos hacen preguntas que encierran una trampa, como le hicieron a Jesús sus adversarios. Jesús respondía con parábolas u otros modos. Nosotros, en cambio, no entendemos enseguida que se trata de una trampa y al responder, no encontramos en medio de una discusión que nunca quisimos. Pero los otros sí deseaban. Ese es el problema del bullying que molesta a chicos y grandes. Recuerdo a un niño que vino a decirme que sus compañeros lo fastidiaban diciéndole tonto, como venganza de su capacidad intelectual. Le dije: ¿Quieres vencerlos? Es fácil. Cuando te digan “tonto”, les dices: Están equivocados, no soy tonto, soy requetetonto. Dicho y hecho. No lo molestaron más. Las discusiones llevan a las peleas y al enfrentamiento. No sirven porque a algunos les encanta discutir por discutir: para ellos es un pasatiempos. Para gente más inteligente, perder el tiempo es una insensatez.

El libro de los Proverbios nos enseña: Responde sin discutir (Prov. 17:1). En esa frase se sintetiza la sabiduría humana acumulada durante siglos y sigue siendo valedera hoy también. La principal causa de las discusiones es no entender lo que le pasa al prójimo. La discusión es otro modo de decir pelea. Hay muchas peleas en nuestras casas por tener diferentes sensibilidades. Como suele decirse : Hay que ponerse en la piel del otro. Pero no lo hacemos. Y las peleas que comienzan por tonterías, llegan a mayores. Se trata de querer tener la razón a toda costa. ¿Para que arruinar la convivencia por zonzeras?

Hay que aprender a valorar el bien de la familia, o de la amistad, o del compañerismo. Cuando tenemos claros los valores, no vamos a caer tan fácilmente en las trampas de ciertas preguntas, o en las ganas que otro tenga de descargar su fastidio. Por eso, es tan importante dedicarse a mantener tiempos de silencio. El silencio nos permite recuperar toda la capacidad de entender y nos ayuda a hacer juicios exactos.