La Argentina Hambrienta

¿Qué es el patriotismo?

Los acontecimientos de los últimos 15 días de 2001 nos permitieron oír la palabra patriotismo: casi todos los discursos, interpretaciones, comunicados contenían el término. El patriotismo no es una vaga noción de «amor a la tierra de nuestros padres» sin referencia a la justicia. El patriotismo posee un contenido especifico que es menester recordar con claridad.

Debemos «rezar por los gobernantes para que el pueblo pueda vivir una vida tranquila y en paz con toda piedad y dignidad» (1 Timoteo 2:2). Además, debemos «respetar y obedecer a la autoridad» (1 Pedro 2:13). Los que vivimos en «democracia» estamos obligados a ser corresponsables del Estado y la nación, para que la vida de la sociedad vaya por los caminos de Dios. Hay un sinónimo de patriotismo. Se trata de «civismo» y es la obediencia a las leyes con una con ciencia buena, incluso las leyes sobre impuestos y tasas. Es muy hermoso que alguien quiera «dar la vida por su país» en tiempos de guerra, pero es inaceptable que no tenga el mismo coraje para luchar para que triunfe la justicia. El rechazo a pagar los impuestos en nuestro país y las leyes benignas que han beneficiado a los ricos, la mentira sistemática en la declaración de ingresos es una de las corrupciones que han llevado a la Argentina a la situación que vivimos.

El patriotismo tiene dos «deberes». El primero es propio de los ciudadanos en cuanto electores: hay obligación de votar y de votar bien. El voto del 14 de octubre con abstenciones, votos en blanco y nulos sirvió por un día para manifestar la disconformidad, pero benefició a un partido que toma las riendas sin tener la mayoría de los votos. Ese voto «castigo» estuvo manipulado desde los medios de comunicación. No se puede votar así. El magisterio de la Iglesia lo ha repetido hasta la saciedad: el voto es una obligación grave para cada ciudadano. Hay que elegir el menos malo, aunque sea entre dos partidos malos. Sólo estamos impedidos de votar cuando un partido propone sacar a Dios de la vida pública del país y en su plataforma se preconizan delitos que atentan contra la vida humana y el bien común (como el aborto, la eutanasia o la clonación humana). Lo que sucedió en octubre del 2001 no debe volver a ocurrir. Es preferible un «cacerolazo» a tiempo, que abstenerse de votar. Los cristianos tenemos obligación de salir de cualquier estado de confusión. En el caso de votar a un partido «malo» no se aprueba un plan inaceptable, sino se elige el mal menor, excepto lo anterior.

Mucho más grave es el deber de los elegidos, de los funcionarios que juran y de los empleados de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En nuestro país no se conocen «castigos ejemplares» a quienes dejaron el país en la miseria moral o en la bancarrota. Esos deberes son: la obligación de tener los conocimientos sociales y religiosos necesarios para dirigir un país y cumplir las promesas que han hecho. Los funcionarios deben tener la «competencia» requerida para su tarea y mantener el sentido de su responsabilidad ante Dios y la sociedad. Un policía no puede ser perseguidor ni cometer atropellos contra los ciudadanos. Un juez no puede pasar por alto los asuntos que van contra las leyes del Estado. Los abogados no pueden ejercer su profesión como un negocio más.

Tendremos ocasión de volver a referirnos a la actitud de resistencia contra los gobiernos ilegítimos, en la medida en que el ciudadano no es sólo «objeto de la sociedad», sino «sujeto y persona» responsable de la sociedad en que vive.

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