¿Por qué no se entiende el FMI con la Argentina?
Es difícil entender por qué no se puede entender la Argentina con el Fondo Monetario Internacional. Incluso llama la atención que el ministro de economía («secretario del tesoro») de los Estados Unidos se refiera a nuestra situación política. Otras voces del norte hacen referencia al juicio pendiente a la Corte Suprema de Justicia. Si nosotros usamos los jeans inventados allá, si comemos hamburguesas en sus cadenas de comida basura, si nuestros dirigentes han estudiado en Harvard, si el 88% de las películas que vemos son de allí, ¿cómo es posible que nos traten así? Si estamos llenos de academias para estudiar inglés, y nuestros comercios tienen nombres ingleses, si nuestra juventud se extasía con la música rap, si las costumbres pop se han metido aquí, si las gaseosas son de allí, ¿por qué no nos ayudan?
El problema es más que algo económico, político o social. Se trata de una diferencia cultural. En efecto, en nuestro país usamos relojes japoneses, autos de Japón, y toda la serie de electrodomésticos hechos por la industria japonesa, y sin embargo, no participamos para nada de la cultura japonesa. Por consiguiente, por más que usemos «bienes» provenientes de la cultura americana, eso no significa que seamos vistos como «americanos», aunque merezcamos ese nombre: «sudamericanos». ¿Cuál es esa diferencia cultural? Simplemente que no somos «occidentales». Somos «latinoamericanos». Pertenecemos a otra «civilización». No nos consideran miembros de «occidente», aunque nuestra civilización haya comenzado con «occidentales». «El occidente incluye a Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelandia», afirma uno de los teóricos más eminentes de la cultura nórdica.
La cultura no se define por la música que se oye, ni las películas que se consumen, ni las modas que se importan, sino por elementos objetivos de la comunidad que formamos: la memoria de nuestra historia, nuestro idioma, nuestra religión católica (dice Huntington que eso es lo que más nos distingue del «occidente» que no tiene una sola religión, pero América Latina a pesar del intento de las sectas es hasta ahora católica), nuestras instituciones, y los elementos subjetivos de nuestra identidad. Con nuestra cultura nos sentimos «en casa». La diferencia cultural nos ubica en otra idiosincrasia, que «los otros» no pueden comprender.
Para los que dirigen el Fondo Monetario y la banca mundial, el mundo se divide según las civilizaciones, que es la agrupación cultural más elevada. Así consideran que el mundo se reparte en las siguientes civilizaciones: por un lado la occidental, y por otro la latinoamericana, la africana, la islámica, la sínica (china), la hindú, la ortodoxa, la budista y la japonesa.
Por consiguiente, la división es muy simple en el mundo: hay un occidente y muchos no-occidentales. En occidente todos son compañeros y se ayudan. Los demás son eso: «los otros». Y aunque usemos la tecnología, las ideas y los bienes de servicio «occidentales» seguimos siendo «otros»: con un estilo desagradable para los «occidentales». Esto no lo entienden bien los funcionarios de nuestras naciones que hablan un inglés pasable, han estudiado allí y viajan a menudo, y tampoco la gente que piensa que estamos en un mundo «globalizado», es decir, unificado. No es cierto. No existe unidad. A lo sumo se podría decir que hay un «sistema» internacional bastante desarrollado, pero la «sociedad» humana a nivel internacional está en pañales. No nos entendemos porque somos sociedades con cultura distinta. Estamos metidos en el conflicto entre culturas, que se desarrolla en el mundo actual. Vale la pena pensar esto.