Amor y Alegría

¿Por qué hay que dar gracias sin cesar?

Una forma de fomentar la cooperación

Recuerdo que mi padre daba las gracias a mi mamá todos los días por la comida. Los cuatro hijos estábamos cansados de oír lo mismo. No se inmutó y siguió dando las gracias y elogiando las comidas. El efecto fue que mis padres se llevaron muy bien y lograron un éxito en sus proyectos que otros no obtenían. ¿Qué decía al levantarse de la mesa?: Gracias por haberme permitido disfrutar de esta comida rica. Nos parecía ilógico que procediera así, porque al fin y al cabo mi mamá no podía dejar de hacer esa tarea y recibía muchos regalos por su actividad en la casa. No sabíamos mi padre no daba las gracias sino reforzaba la relación conyugal y familiar.

      Durante muchos años, cuando alguien me invitaba a comer afuera, iba a una antigua fonda del barrio de Santa Rosa. Después de comer, antes de irme, sin pedir permiso abría la puerta de la cocina y en voz alta daba las gracias a los cocineros y lavaplatos. Lo hacía porque me brotaba. Pensaba que un lavaplatos era tan importante como el dueño que estaba esperando elogios.

   Cuando uno da las gracias fomenta la cooperación. Un famoso dueño de la IBM nunca estaba en su oficina, sino que salía a primera hora para  recorrer la planta principal (que constaba de 8000 empleados y obreros) saludando uno por uno a los que trabajaban y anotando en una libretita los cumpleaños y aniversarios, o fechas de los hijos. Comía con ellos. Así pasaba sus días. Nunca estaba de reunión y decía: ¿Para qué hay tantos gerentes inteligentes? Que solucionen ellos los problemas. Me debo ocupar de la gente y conocer sus necesidades. Mi tarea es transmitir a ellos las necesidades concretas de la gente.

   Todos necesitamos reconocimiento y agradecimiento. La gratitud y capacidad de reconocer es una virtud personal que se debe cultivar. En una familia, en una comunidad religiosa, en una empresa, en cualquier institución los últimos también cooperan para el éxito. ¡No cuesta nada dar las gracias! Recuerdo que un amigo  entrenador de un gran cuadro de fútbol, cuando ganaban los partidos iba primero a los utileros a darles las gracias, y muy luego a los jugadores. El hombre era un genio porque esos servidores estaban pendientes de cualquier detalle del equipo. Y así lograba que estuvieran contentos, se sintiesen seguros en su puesto y pertenecientes al cuadro. 

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