
¿Para qué venimos al culto dominical?
Cierto que no venimos para entretenernos. Dios debe ser adorado de un modo que comunique su trascendencia, junto al fuego con que se transmite su Palabra. Dios supera toda la historia y todas las culturas. El culto exige de cada uno la reverencia a Dios que nos supera. No hay que copiar la cultura popular pensando que eso acerca más gente.
Nuestro culto debe sere bellísimo, la prédica clara y no hay confusión sobre la misión de la Iglesia: adorar a Dios en su Palabra y en los Sacramentos. La gente de hoy considera eso como algo sin valor.
Las campanillas que suenan, los cirios encendidos, los cantos hermosos, las plantas y las flores, el aroma del incienso, la presencia de las imágenes sagradas, la actitud reverente del sacerdote: esos signos nos impresionan antes de cualquier idea y nos predisponen a conectarnos con el Señor en su Palabra y su Ritos santos. Las imágenes que nos rodean nos recuerdan la “nube de testigos” de la que habla la Carta a los hebreos (12:1). El incienso simboliza la presencia del Espíritu Santo. Cuando llevamos las cenizas de un ser amado al Cinerario, vamos con cirios iluminados e incienso y cantando salmos: nos queda el gusto de que queremos eso para nosotros el día que nos sepulten.
Todos esos símbolos tocan a los sentidos e integran nuestro cuerpo al culto y nos disponen al silencio de comunión con Jesucristo. Así se prepara la tierra para recibir la semillas de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, que deben dar fruto en nosotros. Ningún símbolo es para decoración o adorno para el culto, sino una parte de los mismos Ritos.
Por supuesto, hay que afirmar con claridad, el culto no nos salva, sino la conversión de la mente y el corazón. El culto nos lleva a entrar a la presencia de Dios misterioso y salvador. Si uno viene al culto y su corazón está en otra parte, se equivoca mucho. El culto quiere unir todas las partes del hombre que la sociedad y los pensadores se encargan de desunir. Lo digo claro: el culto es la única forma de defendernos de las fuerzas desintegrados de una sociedad dominada por el poder y las redes aislantes.

