
Palabras liminares
La riqueza de la larga tradición cristiana abarca también la poética. Sin la poesía, ¿Cómo se podría alabar a Dios de modo digno? Por eso, uno de los libros del Antiguo Testamento más leído y usado es el de los Salmos de David. Tan valiosos son esos poemas antiquísimos que las liturgias cristianas, no pueden celebrarse sin cantarlos.
Hay otros poemas, cuyos autores – en la mayoría de los casos – han quedado para búsqueda infinita de los eruditos. Esos himnos se usan en el Oficio de lecturas que los sacerdotes católicos tienen obligación de rezar cada día.
No es un rezo monótono, porque lo más hermoso de una religión – cualquiera sea – es la repetición, como la música. Ningún compositor crea una melodía, una fuga, un aria, para que quede en las bibliotecas. La música, igual que la poesía, están para ser repetidas. Porque hay que hacer el ejercicio de estar presente a lo que se lee, sin permitir que los pensamientos vagos interrumpan nuestra atención.
Esa presencia a lo que hacemos – comer, caminar, trabajar, cantar, escuchar – nos hace vivir en la presencia de Dios, lo que San Ignacio de Loyola pedía como requisito para poder orar como es debido.
Y la presencia se troca en salud. En efecto, cuando somos capaces de pensar en nuestro corazón y mantenernos en paz, el corazón se sana, y lo mismo sucede con los ojos, las manos, y cada órgano de nuestro cuerpo La salud proviene de nuestra consciencia de lo presente, y de darnos cuenta que maravilloso es un corazón que late sin cesar día y noche – a veces sin que comprendamos ese don estupendo de Dios.
A partir del día de hoy, presentaremos en nuestro sitio web y también en nuestras redes sociales, todos los viernes cada himno junto a sus comentarios teológicos – espirituales. Irán acompañados de imágenes que resaltarán su alto contenido de la vida interior. A partir de la fecha tendrán a su disposición artículos que no son de lectura, sino un manual de oración. Ojalá estas oraciones se conviertan en parte de su vida diaria.

