Modestia
Conocí a Elvira «Vira» Grossi en 1952, cuando visitaba yo a su sobrino, el P. Hugo en un hospital de Villa Pueyrredón. Ella había nacido en Lobos y poseía toda la ironía de los buenos campesinos.
Vivía con sus hermanas Rafaela (Iela), Amalia (Malota) y M. Aída, a pocos metros del Seminario Mayor, y las cuatro asistían a la Misa tempranera cada día antes de su trabajo. Los domingos eran infaltables a la Misa solemne de los seminaristas, a la Bendición vespertina con el Smo. Sacramento y a las vísperas cantadas desde 1957. Se habían dado la misión de orar por los seminaristas y los sacerdotes. Siento su ayuda hasta hoy, ella que tocó la cumple del gozo.
Algunos jesuitas las reconocían y todo el mundo las respetaba. El P. Albino Grassi, que fue prefecto del Seminario, las visitaba. Algunos seminaristas habían convertido su casa en el refugio obligado para tomar unos mates antes de regresar al enclaustramiento.
Una vez por semana me parece ver ahora a Vira de pie cada viernes tocando el timbre que estaba sobre el costado del antiguo comulgatorio. Ella traía un paquete misterioso, grande, envuelto con prolijidad femenina en papel madera. Desde los primeros años de la década del ´40 hasta donde llega mi recuerdo cuando yo mismo fui párroco (1979-1983) de la Iglesia el Seminario convertida en parroquia de la Inmaculada Concepción de Devoto, el paquete consabido llegaba sigilosamente a la sacristía. Contenía los paños que se usan en las celebraciones litúrgicas, lavados, planchados y perfumados.
Cuarenta años de participación humilde en la vida católica. Vira era casi siempre la encargada del paquete. Poseía un rostro fino y blanco enmarcado en el cabello bien peinado, al estilo de un antiguo camafeo del siglo pasado. Cantaba hermosamente y su vida interior quedaba reflejada en ese espejo límpido y alegre que era su cuerpo.
Murió una tarde mientras desgranaba el rosario con sus hermanas. Se quedó inerte en medio de un Avemaría y la recostaron en el largo sillón beige, en que estaba sentada. Llegué a los saltos desde la Iglesia para darle la Extremaunción. Al día siguiente las tres campanas del seminario, la «Mercedes», la «Nicolasa», y la «Inmaculada» tocaron sus notas para despedir a la creyente llena de los dones del Espíritu Santo, ocultos tras la sonrisa modesta de una mujer trabajadora.