Modelo de la solidaridad
San Vicente de Paul, nacido en 1581, es el gran modelo de la caridad que tiene el siglo 17. Como sacerdote es confesor de la reina de Francia y hombre de buen consejo, y de una probable «carrera» eclesiástica. Un viaje como capellán de «galeras» (barcos movidos a remos por los prisioneros encadenados), Vicente se convierte a una vida de mayor seguimiento evangélico, deja todos sus cargos «oficiales» y se hace misionero rural. Funda una «sociedad de sacerdotes para la misión», conocidos también como «lazaristas»: el objetivo de esta sociedad es la de ocuparse de las parroquias abandonadas, es decir, de las comunidades católicas que no tienen ayuda sacerdotal.
Significativo en la vida de Vicente es que aprende a convivir con la miseria en su parroquia de Clichy. Entonces multiplica los grupos de caridad por toda Francia. Con la ayuda de Luisa de Marillac, funda la congregación de las «sirvientas de los pobres», conocidas como Hijas de la caridad o vicentinas. Su trabajo de evangelización es a todos los niveles: comprende la situación de su época y hace lo inimaginable para que los sacerdotes y laicos entiendan lo que sucede, y que es necesario evangelizar a los mismos católicos. De allí el nombre de su sociedad: «la misión» interna a la vida de la Iglesia.
San Vicente se dedica a la formación del clero, a la ayuda a los más marginados de la sociedad, y a la espiritualidad de sus hermanas de apostolado. Se han publicado las conversaciones espirituales que Vicente mantenía con las «sirvientas de los pobres»: habla un lenguaje sencillo al alcance de cualquiera, pone ejemplos cotidianos y entretenidos, y traslada la substancia del Evangelio en una forma llana y popular.
También se publicó la inmensa correspondencia de este varón incansable. Escribió más de ochenta mil cartas a toda Europa. Eso hay que pensarlo en un mundo donde no hay luz eléctrica y hay que escribir a la luz de vela. Su celo por el anuncio de Jesucristo no tiene límites: mueve cielo y tierra para elevar al clero y levantar de la miseria al pueblo. «Don Vicente», como se lo llama comúnmente, es un varón de Dios, entregado al servicio del prójimo y al amor de solidaridad. Su oración continua le permitió vencer sus deseos de figuración humana, y dejar de costado su hipersensibilidad. Es un auténtico modelo también para el siglo que va a comenzar.
En nuestro país los «lazaristas», amén de muchas obras, son los responsables del santuario de Luján, una tarea que exige una entrega fraternal a cientos de miles de peregrinos y turistas que continuamente visitan la iglesia soñada y realizada por el Padre Jorge Salvaire, un visionario, tenido por loco y hoy valorado por todos. Si bien es cierto que la difusión de la devoción a la Virgen de Luján se debe, en primer lugar, al obispo de Mercedes, + Mons. Anunciado Serafini, hay que reconocer también que el P. Carli, vincentino, prosiguió las huellas de aquel venerado obispo, y promovió la difusión de la «réplica» de la imagen de Luján en todo el país. Así, p.c. en 1979, al cumplirse los ochenta años de la Iglesia del Seminario de Buenos Aires, se congregaron en Villa Devoto más de cinco mil fieles para recibir la «réplica» mencionada y conducirla entre gauchos, carretas y bandas hacia la querida parroquia de la Inmaculada Concepción. Eso sucedió a pesar de que muchos «buenos católicos» de Villa Devoto, aseguraban que ese era un barrio «fino» no le agradaban las muestras de religiosidad popular. Cuando se trata de evangelizar, hay que seguir el modelo de san Vicente, que jamás perdió energías en lamentarse de los envidiosos y trabajó sin descanso en los caminos de la solidaridad hasta los 79 años. Murió en 1660.