Vida

¿Mansedumbre o ira?

La pregunta está mal hecha. El manso guarda su ira. La mansedumbre modera a la ira, no la suprime. Es erróneo pensar que lo humano es sólo espiritual. Si alguien carece de la capacidad de irritarse es un «vicio». Otra cosa es la cólera, el rencor y el deseo de venganza: son las tres formas de la ira contrarias a la moderación del creyente. El iracundo bueno deja entrever que ama la sinceridad y las actitudes honestas. Es bueno mostrar ira a los falsos devotos que te sonríen por delante y te clavan un cuchillo por detrás.
A veces las personas malvadas y perversas esconden su mugre con un ropaje de devoción. Recordar la fábula de Esopo: La zorra y el espino: nadie debe pedir ayuda a quien puede dañarte. Hay que huir de la gente que nunca pide perdón. Se consideran a si mismo santos. Usan la debilidad del prójimo para atacar y quitar la fama de los demás.
Afirmar es más valioso que negar. No debemos capitular ante el mal que nos hacen. Es nuestra obligación oponer resistencia, y si es necesario acometer las empresas que exigen de nosotros toda nuestra capacidad combativa.
¿Cómo podríamos aceptar que cada uno haga lo que se le da la gana? ¿Cómo aceptar las mentiras de quienes inventan cuentos para no cumplir sus deberes morales?
Por el contrario, es urgente tener fuerzas para irritarse contra la degeneración, que usa a Dios como superstición, aunque les falta la Fe. Debemos airarnos cuando la actitud viciosa de los demás, en un grupo, barrio o cultura están maduros para la disolución.
La ira es buena, cuando se usa según la razón para que sirva al bien humano. Hay que alabar a las personas que ponen su carga emocional. Los creyentes que usan su razón hacen frente al mal en cualquiera de sus formas y lo hacen bien la ira se pone de su parte. Así decía San Gregorio Magno en su libro sobre las cuestiones morales (Moralia in Job, escrito en el año 595 d.C.)

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