Catequesis

Los tiburones iracundos

Había una vez unos tiburones toros que nadaban cerca de la playa. Incluso se Internan por los ríos de agua dulce que dan al Atlántico. Miden unos cuatro metros de largo y tienen unos dientes temibles. Son muy agresivos y atacan sin piedad a los humanos.
Un día se presentó a ellos el Ángel Gabriel y les dijo: Soy Gabriel, el que está delante de Dios. Tengo que decirles algo.
Los tiburones toros gritaron: ¿Acaso vienes a protestar?
Repuso el Ángel de María: Si, estimados mamíferos. Me preocupa que ustedes sean tan llenos de ira. Para alimentarse no dudan en atacar a las personas que no se meten con ustedes. Y las destrozan. ¿Por qué son tan iracundos?
Un tiburón toro de dorso azulado dijo: Debes saber que somos feroces y a diferencia de otros tiburones matamos a nuestras presas.
En Ángel afirmó: Entiendo que en eso ustedes se parecen a esos humanos que tienen el vicio capital de la ira. Hay gente iracunda capaz de matar o mandar asesinar a sus rivales.
El tiburón mayor agregó: así es. Sabemos que tenemos el vicio de la ira. Y por eso matamos. Debes hablar con los humanos y enseñarles que el vicio de la ira es terrible. Nacimos así: somos perversos por natura. Peor los humanos que quieren arreglar sus asuntos con la ira. Y entonces causan grandes desastres. Para los humanos, cuando les funciona la consciencia saben que la ira es mala y que deberían seguir la paciencia y no querer solucionar los problemas con la agresividad. ¿No es cierto?

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