Catequesis

Los burros seguros

Había una vez unos burros con un color parecido a la tierra por donde andaban. Vivían por las montañas de Jujuy y comían lo que podían encontrar en esos lugares semidesérticos. Se llaman unos a otros mediante rebuznos que se escuchan a más de tres kilómetros. Por eso, también tienen las orejas muy grandes.
Un día se les presentó el Ángel Gabriel y les dijo: Yo soy Gabriel, el que está en la presencia de Dios.
Los burros tranquilos dijeron: ¡Bienvenido mensajero de Dios! ¿Por qué llegas a esta zona escarpada?
Repuso el Ángel de María: Amados équidos. Sé que dan coces cuando los importunan y que parecen un poco tontos. Por eso, a los chicos que no estudian se les llama burros.
El príncipe de los burros replicó: Damos coces para que tengan miedo, aunque no somos violentos. No es cierto que seamos tontos. Somos inteligentes y algunas cosas las hacemos mejor que los demás.
El Ángel dijo: ¿Ah, si? ¿¨Podrían decirme qué hacen tan bien?
El burro más anciano agregó: Ves que somos altos más bien bajos. Es fácil para la gente subir sobre nosotros. Somos muy seguros en las quebradas, por los senderos que bordean los precipicios y los desfiladeros. La gente no se animaría a andar por esos lugares tan peligrosos: para nosotros es fácil y podemos llevar cargas o personas de un lado a otro. ¿Podrías hablar con los humanos? ¿Por qué llaman «burros» a quienes tienen dificultades para aprender? Así no van a lograr el éxito de sus hijos. A cada uno Dios da un don, como a nosotros. Deberían imitarnos para que la gente pase por los precipicios de la vida con total Fe en Dios. Y a quienes hacen juicios apurados, no hay que decirles burros, sino estúpidos.

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