Liturgia

La visita de María a Isabel

La anunciación del Ángel Gabriel a a Virgen María tuvo muchos efectos. El primero y más decisivo es haber logrado sin imposición que la Virgen amada aceptara la Voluntad de Dios y concibiera al Hijo eterno en su seno virginal por obra del Espíritu Santo. La respuesta libre de María la hizo fuerte, y esa fortaleza se manifestó en su falta de miedo y la nueva consciencia de sí misma que adquirió.
Los Evangelios no son libros de historia, sino doctrinales. La Palabra de Dios nos llega revestida de relatos, historias, encuentros, discursos. El evangelista escribe cada evento con una intención para la comunidad cristiana: no hace un crónica de la vida de Jesús o de María, sino transmite la Fe en Jesucristo que tuvieron los primeros discípulos y discípulas. Por eso, aparece la debilidad de Pedro, el abandono cuando vienen a arrestar a Jesús, o la enfermedad de una gran discípula como Magdalena.
Mateo y Lucas traen los «evangelios de la infancia» no como primer capítulo de sus libros, sino los «prólogos». Los autores escribimos los prólogos al final, cuando el libro está listo. En el «evangelio de la infancia» Lucas sintetiza la vida de Jesús para que se entienda su final. Por eso es preciso que aparezca el encuentro de Jesús con el último profeta, Juan Bautista. ¿Cómo? En el relato del viaje de María a Judea para visitar a su «parienta» Isabel. Los niños se encuentran, sólo en el seno de sus madres. Lucas pone una escena en donde Isabel saluda a María: «la madre de mi Señor», siendo Señor la palabra que designa a Dios. Y María entona un cántico en donde Dios aparece como el salvador universal y no sólo el Padre de un mesías judío. No interesa si el viaje es histórico o no, sino la presencia de Jesús como Salvador del mundo.

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