La Argentina Hambrienta

La parroquia del futuro

Si bien las estadísticas con frecuencia fallan, con todo sería imprudente no tenerlas en cuenta. Indican que hay menos vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Han disminuido las ordenaciones y los sacerdotes mayores están haciendo el trabajo de dos o tres jóvenes. La Iglesia Católica necesita pensar en esto, pues si sigue este proceso, deberá restructurarse de acuerdo al número de sus sacerdotes, El estilo de vida parroquial de la década del ’50 ya no existe, por el aumento de la población, y el estilo actual no existirá en el próximo siglo Veamos la situación de cerca.

1. Dimensiones del problema vocacional

De 1966 a 1986 hubo en el mundo un declinar vocacional, excepto en América Latina entre 1980 y 1986. Por consiguiente, podemos visualizar tres alternativas: una pesimista, en la que aparece nuevamente la crisis de 1966-1970; otra moderada, en que vuelve a repetirse la situación de aumento de los años 1980’86 y otra optimista, en la que aumenta el número de vocaciones, ordenaciones y el clero se distribuye mejor (sacerdotes inactivos en otras naciones vienen a la nuestra). Los números han declinado desde hace treinta años. Si consideramos la alternativa moderada, junto con las defunciones o retiros de la vida activa, para el año 2010 tendremos un tercio menos de sacerdotes. Actualmente hay unos seis mil habitantes por sacerdote, en teoría: en concreto hay parroquias de quince o veinte mil personas con un solo sacerdote

2. ¿Cómo responder a la crisis?

Ante todo, el número de sacerdotes no corresponde a los servicios pastorales que se necesitan. Luego, nos hemos acostumbrado a tener colaboradores «voluntarios». Los católicos argentinos no están habituados a sostener a su Iglesia, ni las comunidades preparadas para mantener personal calificado. Ni hablemos de las diócesis pobres con pocos sacerdotes y magros ingresos.

En algunas partes, han tratado de paliar el problema cambiando las estructuras parroquiales y aumentando los ministerios confiados a los laicos. Sin embargo, la S. Sede acaba de publicar un documento restringiendo esos ministerios. ¡Cuántas comunidades católicas en nuestro país reciben la visita del sacerdote sólo una vez por año! Cuando se cierra una parroquia pasa algo semejante a una defunción, y trae los traumas de duelo consiguientes. Por otra parte, nadie duda de que esa situación sería aprovechada por los grupos religiosos libres para tratar de hacer proselitismo de mala ley con los católicos sin pastores.

3. Afrontemos la situación

Necesitamos ser conscientes y comprometernos en los cambios que se deben hacer. Los sacerdotes también se dan cuenta que la situación no les permite actuar como antes: hay que agrupar funciones (el ejemplo de visión de futuro lo da el Servicio sacerdotal de urgencia): hay que delegar en los laicos, incluyendo las mujeres, lo que está permitido: y hay que enseñar a ser pastores con otro estilo.

La cuestión más delicada es la celebración de la Eucaristía. Algunas celebraciones de la Palabra de Dios con distribución de la Comunión por los ministros especiales, pueden confundir a la gente. Mons. Gallinger, obispo de Posadas, logró en el Concilio Vaticano II que su propuesta de celebraciones de la Palabra de Dios para los lugares sin sacerdote, fuera incluida en la Constitución sobre la liturgia. Fue un paso gigantesco y ahora comprendemos que sus trabajos (folletos, homilías, etc.) para ese tipo de celebraciones (aunque inspiradas en el problema germano, cuando los alemanes ni siquiera imaginaban que deberían conseguir sacerdotes latinoamericanos para sus parroquias) abrieron la posibilidad del contacto del pueblo católico con la S. Escritura.

El verdadero problema quedó sin solución: ¿los sacerdotes deberían pasarse el día viajando y celebrando Misas y Sacramentos? ¿La ordenación quedaría sólo, por motivos de tiempo, para celebrar la liturgia y predicar, una vez cada muchos meses?.

Enfrentamos nuevos problemas morales y la sociedad ha cambiado y está cambiando. Los Consejos parroquiales de pastoral necesitan plantearse este problema, juzgar el momento que viven y proponer a los obispos soluciones concretas. Por ejemplo, establecer cuáles son los criterios para que una parroquia tenga sacerdote residente y cómo alcanzarlos. De ahora en adelante, la oración de la comunidad para que haya sacerdotes exige ser asumida por cada católico. En especial, las familias católicas están llamadas a fomentar el espíritu misionero y la moral católica en su seno: allí nacen buenas vocaciones. Cada familia puede hacer comprender a sus niños y jóvenes que la televisión y sus avisos están destruyendo la capacidad racional de nuestra generación. Los adultos podrían dar el ejemplo iniciando otra vez el sano ejercicio de la lectura y de la oración en familia.

La peregrinación de la Iglesia hacia el tercer milenio se vuelve más dificil por momentos. Una luz nos guía: es la convicción de que el Espíritu Santo está presente para guiarla y sostenerla, haciéndole encontrar nuevos caminos, como ha sucedido durante los 19 siglos anteriores.

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