La oración
Llegaron a un jardín llamado Getsemaní, Jesús dijo a sus discípulos: Quédense aquí, mientras voy a orar. Luego llevó con Él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando.
Y avanzando un poco, se postró y oraba que en lo posible no tuviera que pasar por esa hora. Decía: Abba, todo lo puedes: aleja de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Jesús dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera un hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.
Luego se alejó de nuevo y oró, con las mismas palabras. Al regresar, los halló otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.
Jesús quiere orar a solas en el jardín de Getsemaní. Elige a Pedro, Santiago y Juan para confiarles lo que le pasa. Jesús siente miedo ante lo que se viene y se angustia al pensarlo. A estos discípulos tan humanos les abre su alma: «Me siento morir» (Salmo 41:6). Ellos se asustan. Nunca vieron a Jesús así. El se adelanta y se postra, en actitud de entrega, y ora. La oración de Jesús consiste en sincronizar su voluntad con la voluntad del Padre. Su comunión con el Padre se hace repitiendo durante una hora que quiere lo que el Padre quiera. Es un eco del Padrenuestro que sin cesar repiten los sencillos.
Halla dormidos a sus íntimos. Jesús reprocha a Simón no sólo por la amistad que exige este esfuerzo, sino porque viven un momento de tentación: llega la lucha para decidirse entre Dios y Satán. Cuando llega la tentación hay que orar para no sucumbir: es la última lección de Jesús. Siguen dormidos, es decir, inconscientes. ¡Qué humillante para ellos que el Evangelio haya conservado este recuerdo!