Catequesis

La oración es actividad

A: La oración es un encuentro personal. En cualquier verdadero encuentro, cada persona es activa. Lo mismo sucede con la oración interior: es actividad y no pasividad. Con el Evangelio en la mano hago la profunda experiencia de hacerme discípulo de Jesús.

B: ¿Cuál es la actividad de Jesús en nuestra oración? Nos abre el corazón para ver allí todo. Nos transforma. Nos hace conocerlo en todas sus dimensiones. ¿Cuál es nuestra actividad? Escuchar, comprender, responder.

C: Para que haya verdadero encuentro se necesita conocer a Cristo. No se trata de un saber humano, sino de un conocimiento Salvador. Nos salvamos porque conocemos a Cristo. ¿Dónde lo conocemos? En el Evangelio. ¿Para qué? Para que el amor auténtico sea el resultado del encuentro: el amor y el conocimiento se entrecruzan; el amor permanece cuando hay saber continuo y actual; el amor decae cuando no se intenta conocer. El corazón debe abrirse con libertad al corazón del otro: eso es amor. Nadie conoce «de una vez para siempre». El amor crece cuando se quiere conocer mejor y uno se deja conocer por el otro. El amor decae por le silencio caprichoso y encerrado: nos interesa saber lo que hay en el corazón del otro, pero que no conozcan el nuestro.

D: ¿Cómo leer el Evangelio? Como una carta de Amistad. No se abre el Evangelio para disecarlo, seccionarlo en mil partecitas y obtener informaciones sobre historia, geografía, lengua, política o la religión israelita. Para algunos la figura humana de Jesús puede resultar insípida, cuando ya no tiene fuego, ni nos enciende según el Espíritu Santo. ¿Qué hacemos cuando recibimos la carta de un amigo? Se la lee diez veces para descubrir lo que no está escrito: uno quiere buscar la vibración de un corazón; el tono de un alma; la altura de una libertad. Y no basta nuestra inteligencia, ni nuestra intuición de lectura. Se necesita una acción de Cristo en nosotros para abrirnos el corazón como hizo a los discípulos de Emaús: ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras. (Lucas 24:32).

E: ¿Por dónde comenzar? Primero por las palabras, actitudes y gestos de Jesús. Luego hay que dar un salto: descubrir su mirada interior, el centro de su personalidad, el santuario íntimo de donde brota todo aquello: el corazón del Verbo encarnado. El amor de Dios manifestado en Jesús: amistad y vida.

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