La mujer muda
Mi primer viaje en avión fue en 1962 a Salta. Allí era Obispo auxiliar, Carlos Ponce de León, y me había llamado para una misión entre campesinos. Cuando terminé, tuve algunos días para ir hacia el norte, a un pueblo donde había un colegio religioso.
La superiora dijo: Mire Padre, tenemos una joven muda que trabaja en la cocina. Desde que la encontramos no ha dicho una sola palabra. Por favor, la voy a enviar para que haga algo por ella. Vino la muchacha. Es muy difícil decir la edad de los norteños, porque su piel, curtida por el sol nos engaña a los porteños. Dije: Soy de muy lejos y puedo escucharla. Debo decirle que esta conversación es privada y secreta. Tuve que esperar unos cinco minutos en silencio. Después comenzó a hablar muy despacio y con calma.
No soy muda, dijo. Mi familia es boliviana. Cuando mi padre consideró que había llegado mi hora de contraer matrimonio, si bien yo era una muchacha en flor, arregló una boda y preparó la fiesta. No quería yo casarme, y menos con el candidato que mi padre había elegido. A la fuerza me vistieron y me llevaron a la Iglesia. Allí mi padre me obligó a pronunciar el “sí”, poniendo una pistola sobre mi cuerpo y ocultándola entre mis ropas. Así dije la palabra que me unía a ese desconocido. Esa noche mi marido no tardó en violarme como un bruto, y abandonarme luego para dormirse. Entonces, sin tomar mis cosas huí de allí y caminé durante días dejando a mi país y llegando hasta las puertas de este convento. Aquí caí desmayada, muerta de hambre. Las hermanas me cuidaron y me revivieron. Desde entonces no dije una palabra, por miedo a que me manden a ese mundo aborrecido. Prefiero morir aquí como cocinera gratuita que volver allí.
Calló. Hubo otro silencio. Y dije: El tesoro más precioso que Dios nos dio es la libertad. Nadie, ni siquiera los padres, tiene derecho a quitarnos ese don. Para esa libertad Jesús murió. No tenga más miedo. Las hermanas no la dejarán ir. Si quiere quedarse, puede hacerlo. Y también puede hablar cuando quiera, en especial si se enferma o se siente mal. Ud está llevando una vida de religiosa, sin serlo. Nadie le quitará este tesoro. Viva con Jesús y hable con Él.
Después de 58 años, pienso que puedo escribir esta historia dolorosa que por desgracia no es única. Aquello es ahora una gran ciudad y la mujer ya habrá muerto y no leerá esta vida que me acompañó tantos años.