Amor y Alegría

La misión de cada cristiano

Hacer lo que Jesús nos encomendó

Hace muchos años una mujer, que colaboraba de modo admirable en la parroquia, dijo: Los católicos somos buzones. Venimos, abrimos la boca, se nos da el alimento y nos vamos para no hacer nada. Somos católicos de la hora que pasamos aquí. Nada dije, pero la vida le dio la razón. ¡Qué lección me daba el Espíritu mediante una buena feligresa!.

   Por eso, conviene interrogarse sobre cuál es la misión que Jesús nos dejó. No me refiero a mandamientos o preceptos a cumplir, ni tampoco a lo que no hay que pensar, hacer, decir u omitir. Somos aficionados a exculparnos. Hay que hallar la prueba de que no hacemos nada, como decía esa señora. Para saberlo hay que recurrir al Evangelio y descubrir que hizo Jesús en su vida y qué les mandó hacer a sus discípulos.

   Jesús pasó su vida pública sanando enfermos y expulsando demonios. Tres evangelistas Mateo, Marcos y Lucas concuerdan en esto (leer Mat 8:16-17; Marc 1:32-34; Luc 4: 40-41). También san Juan concuerda brevemente con esos dichos (leer Juan 6:2). Los evangelistas lo dicen claramente: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos (leer Mateo 9:12; Marcos 2: 17; Lucas 5:31). El texto más sorprendente es el que trae las palabras de Jesús sobre los milagros que harán quienes crean en  El: “impondrán las manos a los enfermos y estos se curarán” (Marcos 16:17-18). Son palabras notables que hacen pensar: tenemos una promesa del Señor y no la hemos considerado; les atribuimos ese poder sólo a los clérigos! Parecería, sin embargo, que a cada uno que tiene Fe viva (es decir, que está en Gracia), Jesús le promete un poder de curación.

   Es cierto que Jesús dio a los apóstoles un mandato expreso durante esa vida pública. Mateo dice que Jesús  les dio poder para sanar enfermos  y ellos lo hicieron así (Mateo 10:1 y 8). Lucas dice lo mismo (Lucas 9:1 y 6). Marcos añade un detalle que los otros no tienen: los Doce expulsaban a los demonios y hacían unciones de óleo a muchos enfermos y se curaban (Marcos 6:13). La unción parece exclusiva de los apóstoles. Después de la Resurrección los apóstoles curaban enfermos y expulsaban demonios (leer Hechos  5:15-16); la gente  ponía a los enfermos para que incluso la sombra de ellos los curase. De Pablo se dice que usaban telas que habían tocado su cuerpo y con ellas la enfermedades se sanaban y los espíritus malignos salían de los enfermos (Hechos 19:12).    Ya sabemos cuál es la misión del cristiano: sanar enfermos y evitar enfermar a los demás; liberar a la gente de los espíritus tóxicos que enferman y quitan la libertad. Incluso volver al Sacramento de la Confesión para poder sanar a otros, una vez sanados nosotros.

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