La lengua materna
Zunilda era mi colega en un curso de verano para chicos y grandes. Era yo el mayor de todos los alumnos. Zuni contó a sus hijos que tenía un compañero viejo e inteligente. Jonás sintió curiosidad y quiso conocerme. Preguntó a la mamá: ¿Puedo ir a saludar al viejito? Ella respondió: ¡Bueno, pero es tan viejo! Jonás replicó: No importa la edad. ¿No dijiste que es sabio? Nunca vi un sabio en persona.
Al otro día, en el primer recreo se presentó Jonás. Me miró confuso y me saludó con respeto. Le dije: Me contó tu mamá que sos muy listo, buen compañero y cumplidor. Y además que no te enojas con tu hermana menor.El chico, alto para sus doce años, un poco trigueño y con un aire del Paraguay, se sonrió con timidez.Después de un momento se quejó: Pero mamá dijo que usted era muy viejo. No lo parece. Me reí y me despedí.
Desde aquel día y hasta el fin del curso, Jonás venía cada mañana a darme la mano. Mis palabras agradables habían surtido efecto. Eran verbos de la «lengua materna», que a veces los padres no dicen.