La colecta de la Misa
La recolección de las ofrendas de los creyentes es probablemente una tarea que realizan las mujeres de nuestro país en casi todas partes y desde siempre. La «colecta» tiene raíces en el Antiguo Testamento. Leemos en el 2 Reyes 22:3-4:»En el año 18 del Rey Josías, el rey mandó a Safan hijo de Azalias, hijo de Mesulam, el secretario, a la casa del Señor, diciéndole: «Ve al sumo sacerdote Elquías, y mándale que cuente todo el dinero que se recogió en la casa del Señor, lo que los guardianes de los umbrales recolectaron de la gente». El versículo sugiere que la colecta se hacía en las puertas y no durante el culto. En algunas parroquias se sigue algo parecido: se coloca una canasta o cajas junto a las puertas del espacio sagrado y la gente entrega su ofrenda mientras ingresa a la celebración. La ofrenda es, enseguida, colocada en un solo recipiente y llevada hacia el altar con los otros dones durante el presentación de los dones.
La mayoría de las parroquias sigue otra costumbre: hacen la colecta juntamente con el ofertorio o un momento antes. La costumbre hace que la colecta la hagan mujeres o varones de buena voluntad de la parroquia que pasan junto a los bancos o a las hileras de sillas. El método es correcto y requiere cuidado y respeto para los miembros de la comunidad reunida para la liturgia. Conviene recordar que esta colecta es un acto de culto, por eso necesita ser una acción llena de dignidad que mantenga el espíritu de oración de la asamblea. El sentido de la colecta no es conseguir con qué pagar las cuentas parroquiales, por más importante que sea esto. La colecta es el modo como la asamblea de los católicos se prepara para entrar en el sacrificio de Cristo renovado en la Eucaristía.
Hasta hace poco tiempo esta parte de la Misa se denominaba «ofertorio». Actualmente se llama la «presentación de los dones». Este cambio imperceptible es significativo. El verdadero ofertorio es el de Jesucristo después de la Consagración, en medio de la Oración Eucarística. El sacrificio es el de Jesucristo, no nuestra ofrenda material, ya que el único sacrificio de la Nueva Alianza es el de nuestro Salvador.
Participamos en este santo sacrificio uniéndonos a Cristo que se ofrece al Padre por la salvación del mundo. El sentido del sacrificio se afirma con claridad en la Oración Eucarística, y en la presentación de los dones que precede a esa Oración, nos preparamos a en la acción sacrificial de Jesús. Mientras el sacerdote y sus ayudantes preparan el altar y colocan el pan y el vino para la Comida Sagrada, la asamblea creyente también se prepara para ingresar con todo el corazón en la gran Acción de Gracias. La colecta sirve como un símbolo de nuestra voluntad de seguir a Jesucristo y entregarnos como El lo hizo. La colecta, en realidad, es más que un símbolo, porque la ofrenda monetaria es un medio por el cual la comunidad se une al sacrificio del Señor, especialmente cuando la colecta se da no sólo para las necesidades de la propia parroquia, sino para los pobres, inandados, sometidos a gravísimos problemas ecológicos, marginados de la sociedad y olvidados de los centros de poder.
A veces da la impresión que la colecta de la Misa no es un regalo a Dios o a los pobres, sino una ayuda para pagar el servicio que nos hacen en nuestra parroquia, catecismo, electricidad, gas, agua, hostias, vino, velas, aportes de los que trabajan, etc. Es menester recordar el modo como se describe la colecta en la Instrucción general del Misal Romano: «Es oportuno que la participación de los fieles se exprese tanto el pan y el vino para la celebración de la Eucaristía, como los otros dones ofrecidos para las necesidades de la Iglesia y de los pobres» (IGMR, n.101).
Esto nos indica con qué respeto habría que hacer la colecta de los fieles, pues no se trata de un asunto práctico para solucionar los problemas económicos de la comunidad, sino una parte de la liturgia rica de significado.
¿Cómo se hace?
Los colectores se comportan con dignidad. Si ustedes pasan una canasta delante de la gente, háganlo con serenidad y reverencia, Sus movimientos que sean acompasados y bellos, hechos con estilo, sin miedo, ni titubeos, ni confusiones. Recomiendo la suavidad. No se apuren, ni lo hagan como si no tuviesen más remedio. Den tiempo a la gente para buscar y depositar su ofrenda. Algunos colectores van casi corriendo por las filas de bancos. El proceso de hacer una buena colecta requiere respeto por todas las personas, también los que estaban concentrados en la oración y no se habían acordado de la ofrenda. No se los puede dejar con la mano extendida, como sucede tan a menudo. El equipo de liturgia de la parroquia tendrá en cuenta las celebraciones a las que viene mucha gente para que haya colectores en todos los sectores de la Iglesia y la colecta se haga en un tiempo razonable. Expliquen cuidadosamente a las colectoras qué sector le queda asignado para que no se pase la canasta dos veces por el mismo lugar y otros lugares queden sin que nadie pase por allí. En las Iglesias con filas de bancos es muy fácil, pero si hay Iglesias con sectores irregulares de asientos, es habitual dejar una sección sin que se haga la colecta. Ese error daña el sentido de hacer la ofrenda en la celebración, o en el caso en que se pasa dos veces, puede provocar molestia en la gente.
Una vez hecha la colecta, conviene que sea incluida en la procesión de los dones de pan y vino que se dirige hacia el altar. La colecta es llevada tanto por una colectora o un colector, como por cualquier fiel designado de antemano. La ofrenda monetaria es parte la procesión, no algo que se coloca con vergüenza después del pan y el vino, como si el pan y vino fueran más dignos que la ofrenda. Algunos piensan que el dinero es desagradable en la Iglesia, como si fuera algo sucio e inoportuno en la celebración de la fe. Al contrario, el dinero bien ganado, fruto de nuestro esfuerzo, es un símbolo de nuestra propia entrega y por ende, debe ser considerado digno de ser parte del culto. El orden de la presentación conviene que sea así: primero la colecta que el sacerdote pasa a algún ayudante, luego el vino que se entrega a un monaguillo, y por fin el pan (las hostias) que el mismo sacerdote puede llevar al altar. La colecta queda cerca del altar hasta el final de la Misa. El Misal dice que no debe colocarse sobre el altar y no especifica donde: «Las ofrendas de los fieles son recibidas por el sacerdote, asistido por los ministros, y colocadas en un lugar adecuado, el pan y el vino para la Eucaristía son llevados al altar»(n. 101).
La procesión con los dones
Mientras las colectoras o colectores recogen la ofrenda de los fieles, otra persona responsable ayuda a los fieles que van a presentar los dones en nombre de la asamblea de la fe. Lo mejor sería que esas personas hayan sido designadas de antemano, o se hayan ofrecido personalmente antes de la Misa. A veces se produce confusión, porque hay que andar buscando fieles que quieran llevar los dones, ya sea porque la parroquia no estableció el sistema adecuado para esta procesión, o porque los designados faltaron.
Los colectores encontrarán el modo de que haya quienes representen a la comunidad entera. En algunas partes, se elige una familia para realizar este ministerio. Nada obsta para que haya solteros, adolescentes, ancianos, divorciados, o cualquier combinación. Sólo hay que explicarles que se dirijan al lugar de los dones cuando comienza la colecta para estar preparados para la procesión y no haya que prolongar innecesariamente la Misa.
Sería de desear que los representantes de los distintos grupos de la parroquia llevasen los dones hacia el altar: catequistas, jóvenes, miembros de Caritas parroquial, responsables de los Círculos de la Virgen, miembros del Apostolado de la Oración, socios de la Acción Católica, colaboradores del Consejo parroquial, niños del catecismo, padres de esos niños, cantores, ostiarios, etc.