La Argentina Hambrienta

La Argentina Hambrienta

Al nombre de nuestro país se le han agregado desde hace veinte años toda clase de epítetos. Me parece que desgraciadamente falta el de Argentina hambrienta». No es una hipótesis, sino una amarga realidad que en nuestro país se muere la gente de hambre, niños y grandes revisan los tachos de basura e busca de algún alimento tirado por los que comen y la televisión muestra escenas terroríficas de esa hambre, que provoca estupor en el extranjero.

Incluso, impulsado por un niño de 12 años. Ezequiel, que envió correos electrónicos a cuanta gente importante hay en el país, apareció el proyecto de ley que busca cuatrocientas mil firmas en seis distritos para que el Congreso de la Nación lo trate con premura. ¿Cómo es posible que los altos magistrados que suelen usar con generosidad los «decretos de necesidad y urgencia» no se hayan movido para nada en esta situación? ¿Cómo es posible que los legisladores, diputados y senadores, no hayan ellos impulsado algo para salvar al país del hambre? Más aún, ¿cómo es posible que en un país que solamente trigo tiene setenta millones de toneladas en este año, e.d. dos mil kilos por habitante, la gente se muera de hambre? Parece una ironía que mientras la gente padece el hambre, los dirigentes, los pensadores, y la gente del espectáculo sigan en sus pequeñas miserias para ganar dinero, fama y poder.

La única respuesta posible a esta gravísima situación que clama a Dios, es que nos faltan líderes, es decir, personas capaces de dar la vida por las causas que dicen sostener. Por que la realidad es que mucha gente se está volviendo muy rica en este mismo momento en que el «hambre argentino» siega vidas, al menos mil niños caen muertos por año a causa de esta peste. En efecto, estamos llenos de gente que hace «transacciones políticas», hábiles negociadores para mantener su cuota de poder, pero carecemos de líderes capaces de «morir» por algo que nos llena de vergüenza: que nuestras hermanas y hermanos no tienen qué comer

Nuestros dirigentes, y los dirigentes del Fondo Monetario Internacional y de otras naciones parecen desinteresarse de un problema gravísimo que hace temblar la conciencia de cualquier persona de buena voluntad. Nuestra situación se parece mucho a la terrible hambruna en Irlanda que trajo a mediados del siglo XIX a los inmigrantes irlandeses a nuestra patria. En aquella ocasión el gobierno británico y los señores irlandeses querían limpiar la tierra y se desentendieron de los cientos de miles de personas que se murieron de hambre. ¿Por qué triunfa más la ambición y el deseo de poder, que la justicia y la búsqueda el bien común? La Argentina hambrienta no es título para libros de moda, sino una realidad que toca la conciencia católica. No se trata sólo de firmar para que avalen el proyecto de ley de protección a los niños, ni tampoco que ancianas de parroquias traigan un paquete de polenta cada domingo, mientras jóvenes ricos se colocan aretes y adornos perforando sus lenguas, a cualquier costo. ¿Cómo podríamos llamarnos discípulos de Jesús cuando vemos el hambre golpeando a nuestro prójimo? Hoy se necesita una virtud especial: la constancia. No se trata de ser «solidarios» cuan do alguna calamidad surge, sino mantenernos en la actitud perseverante de la compasión, aún cuando los medios y los dirigentes no «se acuerden» de lo que sucede. La historia argentina no podrá ocultar este capítulo: nadie reconoce su error y hemos sido deshonrados por quienes prometen cumplir la constitución y juran por Dios, por el Evangelio, o por su conciencia.

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