La Argentina Hambrienta

La antología «Cantar y orar»

«Cantar y orar» es una iniciativa de la Fundación Diakonia, institución dedicada a promover la cultura religiosa en nuestro país desde 1969. Es un esfuerzo publicar una antología con letra y música. Incluso se han animado a editar 45 cantos «tradicionales» en el conjunto de 414 cantos que incluyen 80 salmos y cánticos bíblicos.

El volumen no contiene el texto corrido del Ordinario de la Misa, aunque los cantos siguen ese orden (87 cantos, entre los cuales 15 Kyries, 12 Glorias, 28 aleluyas y aclamación pre- evangelio, 16 Santos). No hay una serie completa y continuada de la música de la Plegaria eucarística, y los santos, aclamaciones y doxologías son como elementos aislados, aunque es bien sabido que hoy no existen sacerdotes que puedan cantar la Plegaria. Lo más importante es que ahora pueden encontrarse cantos para todos los sacramentos, funerales e iniciación cristiana, así como para los tiempos litúrgicos: 28 de Adviento, 28 villan cicos, 45 de Cuaresma, 32 de Semana Santa, 22 de Pascua, 13 de Pentecostés. 11 a Cristo Rey, 49 de la Virgen María, 20 para encuentros, y los ya mencionados 80 salmos. Las aclamaciones que se presentan tienen una característica: se han elegido las de calidad, estilo, entonación y gracia.

El primer cancionero con melodías, conocido en todo el país y usado durante unos veinte años (1934/54) fue el del 34″ Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires. En 1957, en vísperas del Concilio, se publican 88 cantos de «Gloria al Señor» en el espíritu de la participación activa del pueblo en la liturgia promovida por Pio XII, especialmente en el Congreso de Asís (1955) y en sus documentos, y luego sancionada por el Vaticano II. Duró también unos veinte años hasta que aparecieron cancioneros con melodías en fichas sueltas, sin mucho éxito, y se inició un proceso de creación en innumerables cancioneros con textos solos, cuyas melodías eran conocidas por un puñado de iniciados. Cada escuela, institución, comunidad tenía «su cancionero». Ninguno pudo superar a «Gloria al Señor en diagramación. El + P. Osvaldo Catena tuvo el coraje de publicar una versión de la salmodia del P.J. Gelinau S.J., con algunas antifonas nuevas. Fue un acontecimiento singular, pues los Salmos eran patrimonio de quienes rezaban el «Oficio» como se decía antes. Así se fue acrecentando la sensibilidad hacia la música litúrgica y la conciencia de que cantar no era exclusivo de la Misa.

El mayor mérito del nuevo cantoral es haber incluido las antífonas y salmodias de Gelinau y otros con los textos de los Salmos más usados en la liturgia. Las antifonas, refranes o estribillos se adecuan a las del Leccionario. Se ha facilitado el canto colocando una barra inclinada antes de la sílaba acentuada en donde cambia el compás de la salmodia, y una barra recta en los momentos de respiro. Con la inclusión de los Salmos, el nuevo cancionero cumple dos de las metas que el Papa asignó al Jubileo del 2000 que demos más valor a la Palabra de Dios y busquemos la unión de los cristianos.

Muchos de los cantos seleccionados tienen poder de evocación y estética: capaces de generar gratitud, alabanza y comunión de espíritus (véase la Milonga para Pedro de H. y C. Facal, n° 234). Una idea brillante es haber publicado por primera vez en la Argentina, 13 cantos de Taizé, que poseen un efecto místico profundo. Oportuna es la inclusión de algunos cantos de autores españoles, alemanes y franceses. La parte principal la llevan los autores de América Latina: 246 cantos. Esto no significa una visión reducida o parcial, pues los compositores van desde los renombrados músicos + Roberto Caamaño, + Osvaldo Catena, Jesús Gabriel Segade, Néstor Gallego, hasta los fecundos miembros de nuestras provincias, que por primera vez son reconocidos de modo destacado junto a sus producciones. Los compiladores han guardado silencio sobre sus obras, excepto los dos himnos de la Liturgia de las Horas de gran belleza compuestos por O. Barbieri. El número de compositores incluído es muy amplio: son 201. El que tiene más es + Catena con 19 cantos y 67 antifonas de salmos y aclamaciones. Haber logrado dos centenas de compositores indica un espectro extenso, difícil de encontrar en los habituales cancioneros de España, Francia, Alemania y los EE.UU. En algunos casos, esos cancioneros tienen más del 50% de las canciones pertenecientes a cinco o seis compositores. «Cantar y orar» ha respetado lo que se ha producido en la Argentina (y paises hermanos), sin que nadie pueda considerarse «dueño» de la música litúrgica. La antologia también es rica en ritmos de todos los tiempos y latitudes: huellas, coplas, bailecitos, vidalas, chayas, bagualas, triunfos, galopas, milongas, aires, zambas, cuccas, chacareras, carnavalitos, chamamés, y guaranías son formas musicales valiosas para expresar la cultura religiosa de los argentinos, así como corales, cánones, himnos anteriores y posteriores a Bach, baladas, barcarolas, obras únicas (como Yo soy el retoño de + R. Caamaño, n° 186), negros espirituales, ostinatos, letanías. «Cantar y orar» brinda mucho espacio a este universo musical. Mencionamos un elemento que parece novedoso: la presencia de mujeres, cuyos cantos han perdurado como para figurar en una Antología: Adriana Fontana, Graciela Etchebarne, Teresa Berón de Astrada, Mirta Suárez, Estela Sharpin, Sor Sonrisa, Rosa Sosa, M. Elsa Acosta, Cristina Facal, Betty Aguilera, Carmen Veneziale, M. Isabel Picasso, M. Elena Walsh, F. de García. En un país donde la música religiosa es la pariente pobre de la familia, hay que congratularse de esta inclusión femenina.

Tenemos la impresión de estar ante un alimento nutritivo para cristianos adultos que buscan crecer en la comunidad. La colección es un respiro de estilo litúrgico y de lenguaje necesario para expresar los sentimientos de la fe.

Es probable que los editores hayan considerado al argentino remiso a los cantos en los que es muy importante el ritmo (eufórico y movedizo). Probablemente tengan razón. Al argentino (porteño) le gustan las músicas en las que la armonía sea sutil y compleja (por eso tanto abono a Wagner), y en las que la melodía no sea pegadiza, sino imprevisible. Esta Antología tiene el mérito de poner al ritmo en el lugar que le corresponde y que nadie diga que el folklore es «bailanta» o que los ritmos tropicales son «cosas de negros». Eso explica la poca presencia de músicas regionales mexicanas, centroamericanas y caribeñas. Al menos, hay cantos chilenos, ritmos kollas (coyas), guaraníes, y orientales (uruguayos). Debe lamentarse que hayan desaparecido dos líneas de letra en el canto nº 15; en el canto n° 251 Benedictus no se perciben bien los puntillos de la sílaba Be en A y B del canon de Taizé. En el canto n° 255 Cuando la aurora nacia de Mauro Serrano, las líneas del texto debajo del primer pentagrama no resultan parejas con las notas. En el canto n° 267 falta el 3/4 al cambiar el compás. Igualmente podrían haber puesto a los salmos las doxologías.

Otro aspecto que llama mucho la atención en nuestro país es la honestidad de los recopiladores al colocar al pie de cada página la proveniencia de cada canto, lo que nunca sucedió en los cancioneros publicados en la Argentina. Eso eleva la dignidad de los libros de donde fueron tomadas las canciones. Aquí los compiladores cometieron un error de atribución, al presentar 45 cantos de «Gloria al Señor» (1957), como si fueran de la editorial Bonum, cuando en realidad son de la Comisión Central de Música Sagrada, auspiciado por el Episcopado Argentino y el Copyright es de esa Comisión. Además, tendrían que haber citado como mayor exactitud el folleto del P. Lombardi (n° 204 y otros). Hay fuentes que no hubiéramos pensado que serían recordadas, como los opúsculos de las Misas del Papa, o las fichas privadas del Instituto de Música Sacra de Buenos Aires, publicadas en su momento por Adriana Fontana.

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