La acción de gracias después de la Comunión
Es una práctica constante de la Iglesia católica que luego de recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Comunión, los fieles queden un rato en acción de gracias, en silencio, para alabar el don recibido.
No existe norma, regla o aviso que mande a los católicos quedarse de pie hasta que el ministro guarde el ciborio en el Sagrario o hasta que se purifique el cáliz usando en la Misa. Más aún, las normas de la Misa indican con claridad que el sacerdote o los ministros pueden cubrir con un paño las copas, el ciborio y demás cosas usadas durante la comunión para dedicarse al silencio sagrado de acción de gracias. Y que hagan las purificaciones necesarias después de los ritos.
La tradición católica manda recibir la Comunión con un canto especial, o un himno, o un cántico popular. El objetivo es dar gracias, alabar y adorar el don del Cuerpo y la Sangre de Jesús resucitado que se ha recibido. Pues cada celebración debe servir al provecho espiritual de ministros y fieles. Las normas dan tres opciones para después de haber comulgado: (1) guardar silencio sagrado; (2) entonar un salmo; (3) cantar uno de los himnos tradicionales del pueblo.
Que haya que quedarse de pie hasta que sea cerrado el Sagrario es una equivocada muestra de respeto, porque el que ha comulgado tiene la presencia de Jesucristo en su propio cuerpo convertido en templo y se le exige que lo adore, no que mire como se cierra la puertita del Sagrario. Hay que extirpar de las comunidades católicas una costumbre inventada hace poco, de quedarse de pie en lugar de adorar al Señor hecho Eucaristía para daros vida sobrenatural.
No hay que hacer equivocados gestos de respeto, cuando – la mayoría de los católicos – no hace la genuflexión cuando entra a la iglesia o cuando pasa ante el Sagrario. Y eso sí es una tradición inmemorial: que nadie pase delante del Sagrario sin hacer la genuflexión, excepto las personas que no pueden doblar las rodillas. Aunque se les manda que manifiesten con una inclinación, la reverencia a la Santa Eucaristía, a no ser que tampoco puedan mover la espalda. Es capital adorar a Cristo. Las iglesias no son mercados, ni centros de socialización, sino moradas de Dios para adorarlo en espíritu y en verdad.