Sociedad

Instituciones, orden y reglas

Las instituciones son organismos de personas que tienen una finalidad pública o privada para beneficio de sus miembros, p.e. un Estado y sus organismos; una familia; una parroquia; un club; una sociedad benéfica.

Por eso, una parroquia es una institución para beneficio de los católicos y de la sociedad que la rodea, y para hacer progresar y elevar a los grupos que la componen, en especial, a quienes trabajan en el mundo y deben fomentar la paz, el trabajo, respeto por la dignidad humana desde la concepción hasta la muerte, la honestidad.

El orden, en cambio, sin el cual una institución no puede existir, no depende de las instituciones. Porque el orden es un «valor», y los valores pertenecen a otro nivel de la vida humana: el nivel de la ética, de la cultura, y de la trascendencia. El orden es un bien en sí mismo anterior a la existencia de las instituciones. El «bien de orden», no viene solo de las instituciones: depende de quienes las dirijan. Cuando dirigentes y miembros ignoran el valor orden, la institución de modo irremediable va al fracaso.Sin orden, las instituciones se corrompen, o se enferman o mueren.

El orden es un bien tan alto y necesario, que su contrario el desorden traería como efecto el caos, la decadencia o la disolución.No hay que confundir orden con «organización meticulosa de las cosas». El orden es el valor que preserva a la institución de su ruina.

Igual que lo humano, el orden se da en lo concreto, porque no podemos alimentarnos de valores abstractos, aunque sean tan valiosos y permitan la vida. El orden se manifiesta en las reglas que dirigen los comportamientos de la gente. Por eso: no hay institución sin orden, y no hay orden sin reglas. Las reglas pueden fastidiar al principio, aunque luego uno se felicita que existan. Por ejemplo: tenemos un edificio al que mantenemos sin cesar. La regla del mantenimiento, que no captan los miembros, preserva el patrimonio. La regla del silencio preserva el lugar sagrado. La regla de venir bien vestidos, la exige la decencia y el sentido de Dios. La regla de no hablar mal del prójimo mantiene el amor en la comunidad.

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