La Argentina Hambrienta

Importancia de la religión para la unidad argentina

Habitualmente decimos que la religión tiene la fuerza del orden y la disciplina, y que por eso modela la identidad de los pueblos. Así el cristianismo (catolicismo y protestantismo) ha modelado a Europa y Norteamérica; el catoli cismo ha modelado a América Latina: la ortodoxia ha modelado a los pueblos eslavos hasta Vidivostok, los musulmanes han modelado a las naciones del cercano oriente y del norte de Africa, excepto Israel: el confucianismo ha modelado a los pueblos chinos; el hinduismo ha modelado a los pueblos de la India; el budismo ha modelado a los pueblos de Mongolia, Nepal; en Africa coexisten las religiones tribales con el cristianismo, lo mismo que en la Polinesia.

Sin embargo, es lícito preguntarse: ¿qué orden es el de la religión? Puede haber dos: un tipo de religión se hace fundamentalista y conservadora, se vuelve intolerante y quiere el statu quo antea.; otro tipo se hace abierto, tolerante y busca el diálogo, quiere la emancipación y la liberación de los pueblos.

Nuestra religión ha sido usada para los dos tipos de vida religiosa. Ahora bien, si nos planteamos con sinceridad la pregunta anterior: ¿qué orden es el de la religión?, la respuesta más acertada es: «el orden de la justicia, la igualdad y la libertad«. Al menos la religión de Jesús, la que nosotros seguimos, es una religión que se opone a la discriminación, la desigualdad y el autoritarismo, la esclavitud y el machismo, y a cada forma de deshumanización.

Por consiguiente, nuestra religión católica tiene la fuerza y la capacidad para provocar la emancipación de nuestros pueblos. Ese movimiento no proviene de arriba, sino de abajo, aunque en nuestras naciones tan habituadas al caudillismo, estaríamos tentados de pensar que «todo tiene que venir de lo alto«. Al contrario, somos las comunidades más sencillas las que vamos modelando a la patria y le damos la identidad y el amor. Cada comunidad que vive según el Evangelio, se transforma en levadura en medio dela sociedad. Se necesita un poquito de levadura para que fermente toda la masa. Cuando vivimos la fraternidad, la solidaridad, el amor, el respeto, la tolerancia en nuestra comunidad, estamos amasando un pan de misericordia y de paz. Ese pan es el que queremos comer.

La situación crítica de nuestro país no debe hacemos perder la confianza en que la fuerza de la vida religiosa puede ayudarnos a reconstruir lo que se fue perdiendo, la gratitud, el vecindario, el respeto por las reglas, la moralidad, la justicia. En nuestra comunidad podemos comenzar acostumbrándonos a dar las gracias continua y constantemente; saludando con cordialidad a cada persona sin importarnos su cara y condición; respetando las normas fundamentales de la convivencia, especialmente las jurídicas, y reclamando su respeto; rechazando el relativismo moral que se ha infiltrado por motivos lucrativos a través de la tele y el comercio: luchan do para que se dé a cada uno lo suyo como manda la justicia. Al hacer esas pequeñas cosas, estamos seguros que algo nuevo se gestará en nuestra sociedad, y habremos sido gente verdaderamente «religiosa». Así hubiese obrado Jesús.

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