La Argentina Hambrienta

Importancia de la lamentación

Esencia de la religión cristiana.

La esencia de la religión cristiana es el lamento. Todos juntos y cada uno por su cuenta, tenemos algo de que lamentarnos. En determinados momentos los cristianos nos lamentamos en comunidad: el Miércoles de ceniza, voluntariamente dejamos que nos ensucien el rostro con cenizas, marcándolo con una cruz negra; el Viernes Santo, voluntariamente cargamos una pesada cruz por las calles de nuestros barrios, sin importarnos lo que digan, seamos varones o mujeres los que así procedemos; el Sábado Santo sentimos el vacío de nuestras iglesias, pues no se celebran sacramentos y hay que esperar hasta la noche para la Vigilia Pascual, prolongando el ayuno del Viernes: cuando está muriéndose algún familiar, dejamos diversiones, no oímos más radio, no vemos TV, y nuestros rostros se demacran y los cuerpos enflaquecen; cuando enterramos a alguien querido, queremos silencio y el lamento se manifiesta en lágrimas y dolor; el 2 de noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos, visitamos los cementerios, con pena y flores a lamentarnos de la pérdida de los amados. En cada una de estas oportunidades, o bien mandados por el precepto de la Iglesia, o bien por nuestra propia cuenta, hacemos ayuno y abstinencia: dejamos de comer y quisiéramos que los demás tampoco coman ni se diviertan. Por eso, nos encanta el Miércoles de ceniza y el Viernes Santo, pues en esos dos días la comunidad católica está obligada a hacer ayuno y a lamentarse. Es cierto que el ayuno no obliga a los niños y ancianos, pero los jóvenes encuentran el modo de unirse al lamento colectivo, visitando a pie muchas iglesias: se encuentran con el vacío del Viernes Santo y se sienten desolados igual que los demás. La sociedad de consumo ha encontrado el modo de que algunos se olviden de esos días de lamento, ubicando en ellos competencias deportivas.

El comienzo del lamento.

El lamento comienza cuando nos llega la noticia de que la muerte está cerca. Por eso, el Jueves Santo la celebración de la Ultima Cena concluye con tristeza desnudando los altares de las iglesias. Antiguamente unos días antes de la Semana Santa se cubrían las imágenes con paños morados, porque el lamento cristiano no comienza después de la muerte, sino cuando uno aprecia la gravedad de los acontecimientos que se acercan. Lo mismo sucede con nuestros moribundos. Por eso, nos cuesta tanto la noticia de que alguien haya muerto en un accidente, sin haber tenido tiempo de lamentarnos antes.

El lamento en sí mismo.

El lamento se manifiesta «estando de pie junto a la cruz», como María.

Cuando visito enfermos solitarios, donde no hay nadie para lamentarse, siento la soledad de los pobres abandonados a su suerte, sin casa, ni comida, ni amor, lamento verdadero es estar junto a la cama del enfermo. Las familias se sienten agobiadas por la gente que viene a preguntar por el moribundo o que llaman por teléfono. La densidad se hace insoportable, porque todos queremos participar de los últimos momentos de nuestros familiares y amigos. Es un modo de igualarnos a ellos. El lamento también se manifiesta en la multitud reunida para el velatorio. No es extraño que haya algunos que no son del círculo intimo que lloran más y están más «dolidos» que los mismos parientes. Forma parte de la lamentación. El Viernes Santo, lógicamente, eso se ve claramente. Los sacerdotes en su calma imperturbable aparecen como menos dolidos que muchos feligreses que besan la cruz del salvador con una profunda emoción. Por supuesto, las mujeres son más persistentes en la lamentación, como lo prueban las «plañideras» que durante siglos han existido, y que aún existen en Italia y Grecia.

Cuando cesa el lamento.

Terminadas las ceremonias fúnebres, se siente una repugnancia ante la muerte y se concluyen los lamentos. Sucede que queremos alejarnos de la muerte. Por eso, cuando no se han realizado los ritos exequiales de la Iglesia, la gente no sabe que hacer en el cementerio después del sepelio. La dispersión es bastante inmediata, y la gente comienza a hablar de cosas accidentales: adonde hay que llevar a fulano, quien se va con zutano, perengano está enfermo y no pudo venir… En el caso de la Pasión de Jesús, hay algunos elementos que modifican la situación, y que son específicos de lo religioso, o sea de la relación con Dios.

El cristianismo es una religión de lamento.

El centro de nuestra fe es la creencia de que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, fue juzgado con fraude, torturado cruelmente y crucificado injustamente. Para nosotros, lo que sucedió con Jesús no es solamente «muerte», sino la muerte de un «inocente» perseguido por predicar la verdad. El Evangelio nos muestra como fueron «acosando» a Jesús los sumos sacerdotes hebreos y los maestros de la ley, a fin de darle «caza». Al fin, la traición de Judas logró, por dinero, lo que tanto buscaban. Allí no termina el asunto: Jesús es sometido a una burla de «proceso», con testigos falsos, y una masa movilizada para gritar «Crucifícalo». Luego viene la «pasión», en donde Jesús pasa por todas las brutalidades que pueden realizar las malas personas: es constituido en un «varón de dolores», lleno de llagas, con la barba arrancada, escupido, escarnecido, maltratado, humillado, desnudado, golpeado horriblemente. La Pasión de Jesús presenta a modo de paradigma las «pasiones» de los humanos a lo largo de la historia. La muerte de Jesús es, además, agobiante: sabemos que esa era su Hora, la Hora establecida por el Padre Dios para reconciliar a la humanidad consigo. Sentimos que no debería haber sucedido: que nosotros somos los culpables. La aceptamos con lamentación, porque viene a concluir una etapa de la historia que se repetía circularmente. Jesús viene a iniciar un nuevo comienzo para la humanidad. Por eso, su muerte sella una Nueva Alianza: la eterna alianza marcada con su sangre inocente derramada en la cruz. En ese instrumento de tortura, Cristo Jesús por amor a los hombres se hace sacerdote nuevo y víctima definitiva, y transforma la cruz en altar nuevo de la redención: árbol que nos da la vida, canta la comunidad a la cruz el Viernes Santo. Ahora la historia ya no es circular, es lineal y, gracias al Salvador a quien lloramos, tiene una finalidad: la vida bienaventurada en la gloria.

¿Por qué tanto lamento?

Esta lamentación nos ayuda ¿Por qué somos atraídos a lamentarnos juntos? La realidad es que las personas somos, a nuestro modo, perseguidores y malos jueces, tenemos nuestras zonas de tinieblas. Por eso, anhelamos la salvación cristiana y aunque no somos tan buenos como queremos parecer, al acercarnos a lamentarnos, lo hacemos para quitarnos las culpas y los miedos que tenemos dentro. Nos lamentamos de los que mueren y de Cristo que carga su cruz hasta el Calvario, porque aún siendo malos, quisiéramos estar del lado del sufriente. La lamentación nos permite cambiar de calle. Vamos por la calle de la indiferencia, la venganza, el rencor, el resentimiento, la violencia, pero basta que llegue el Viernes Santo o se muera algún inocente, en particular niño o joven, para que aprovechemos a llorar, a ver si la muerte no nos busca a nosotros y nos deja tranquilos por un tiempo más. El que muere se va con nuestras culpas y nosotros se las dejamos, a través de nuestro lamento. Eso es lo que hace Jesucristo: es el Cordero inmaculado que «carga» y «lleva» sobre sí mismo los pecados de todos. Por eso, el cristianismo con sus lamentos, sus funerales, sus lágrimas, su dolor, es imprescindible para la salud espiritual de la gente. Y por eso, a nuestros funerales vienen los miembros de otras religiones. Las casas de velatorios que impiden las exequias cristianas por motivos económicos, para tener más entierros por día, han hecho en los últimos 25 años un daño irreparable a la conciencia del pueblo. Necesitamos la lamentación para sobrevivir. Los que no lloran, ni suspiran, no saben lo que es recuperar la alegría.

El tiempo de Cuaresma

Iniciamos la Cuaresma como un tiempo que concluye en la lamentación. No hay lamento que no se prepare poco a poco. Solamente pueden dolerse de ver dad, los que han estado «junto a la cama del enfermo». Por eso, la Iglesia Católica presenta muchas formas de piedad doliente durante la Cuaresma: el Via Crucis, los tiempos de oración silenciosa, la visita a los hospitales y enfermos, la reconciliación con los adversarios, el ayuno por motivos religiosos. Entonces, Dios se va haciendo nuevamente el centro de la vida. El hombre vuelve a ser hombre, porque Dios está donde tiene que estar. Basta sacar a Dios de su lugar para que las personas se deshumanicen y se destruyan. Aprovechamos la Cuaresma para reconstruirnos por la lamentación.

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