Hamartía, anomía, adikía
Esas palabras griegas designan en la Biblia al pecado. El pecado niega a Dios (hamartía), niega a su Voluntad (anomía), niega a la Justicia que le es debida (adikía).
Hamartía designa en la Biblia a los actos culpables que la consciencia condena, y el estado en el cual queda la persona culpable. Eso explica la impotencia para librarse del poder del pecado. Anomía es el acto o deseo contra la Ley divina, no sólo en oposición objetiva a dicha Ley, sino en la libre actitud de oposición subjetiva a la voluntad de Dios manifestada en su Ley. Adikía es cada forma de injusticia, incluso el daño causado a otro, y sobre todo, violar la obediencia que se debe a Dios: es el rechazo a amar como hijo. Es la injusticia mas grave contra Dios.
Existen tres clases de pecado: el satánico, que es el pecado contra el Espíritu Santo; el mortal, cuando el pecador sabedor del horror del pecado se enceguece y «niega» la evidencia. Cuando el hombre peca de modo grave, no enfoca directamente el alejamiento de Dios (aversio a Deo), sino se dirige con un amor erróneo hacia los bienes creados (conversio ad creaturas), que es un falso amor a sí mismo, por el orgullo y la concupiscencia. Cada pecado grave incluye un amor hacia lo mundano, o sea una toma de posición contra Dios y un rechazo a seguir a Cristo y a su Iglesia. Hay también pecados veniales en los cuales no aparece aún la malicia del pecado mortal (aversión a Dios), aunque contienen ya una tendencia hacia eso.
Hay que saber también que hay pecados de malicia que son el rechazo definitivo de Jesucristo y un odio larvado hacia El; y pecados de debilidad, en los cuales el pecado se prefiere a sí mismo por un abuso grave de su libertad. Por eso, los confesores deben dar penitencias saludables para disminuir el orgullo y la concupiscencia, pues todos los pecados deben confesarse. Nadie se puede perdonar sólo; sería negar la Sangre de Cristo derramada por nuestros pecados.