Fortalecer los vínculos
No saben acaso que los que, a veces, tenemos una montaña de trabajo, cuando llega un problema complejo que nadie podía resolver, olvidando lo demás, nos proponemos colaborar para solucionarlo. Cuando uno trabaja hombro a hombro, nos olvidamos de quien es el que manda: hay que terminar la tarea. Y el que manda es uno de los que trabajan. Así sentimos que cada uno pertenece a la familia, comunidad o grupo. Son pésimos los mandones que nada hacen. Hay pequeños detalles que cambian por completo el modo como nos relacionamos con los otros, nuestros sentimientos y nuestra actitud. Una pequeña señal puede hacer nacer un efecto notable.
Hay cónyuges que nunca se dicen que se aman. Y me dicen: Ya lo sabe, para que se lo voy a decir. Es un error. Hay que repetirlo sin cansarse. Así hacen los buenos maestros. Nunca dan por supuesto que los demás recordarán los temas. Y la relación humana es algo demasiado valioso para no recalcarlo. Así reforzamos de modo continuo el sentido de pertenencia.
El cerebro reacciona ante las amenazas, pero ante las amabilidades el cerebro se hace un perro guardián que fortalece los lazos que nos unen a los demás.
Cuando te integras a un grupo, el cerebro comienza a fijarse en los detalles. Cuando esas personas son valiosas para uno, el cerebro nos indica que no son desconocidos sino forman parte de las personas que aprecio. Y comienza una dinámica nueva. El cerebro se activa cuando recibe indicadores apreciables. La relación humana es un fuego que hay que alimentar sin cesar. No interesa la inteligencia de los otros, interesa, sobre todo, su reacción ante señales claras de seguridad. Lo que nos pasa no es fruto del destino, sino de las señales que damos: amabilidad, mirar a los ojos, energía, no darse por aludido con los aguafiestas, trabajar con ahínco para completar algo.
Así sentimos que pertenecemos a la familia, la comunidad y el grupo. (O.D.S)