Es inmoral resignarse a la desocupación
La desocupación es causa de agobio y «puede convertirse en una verdadera calamidad social» (Juan Pablo II, Laborem excercens, n. 18). La desocupación arruina la vida de las personas y de las familias, porque tienen el sentimiento de que están al margen de la nación. Los desocupados con dificultad mantienen las necesidades esenciales de la vida y no se sienten ni reconocidos por la sociedad, ni útiles a ella. De la desocupación nacen las deudas que contraen las personas para seguir viviendo. Es muy difícil salir de esas deudas, sin trabajo. Las instituciones, y cada ciudadano, deben pensar esto. Las comunidades cristianas necesitamos dar ejemplo de solidaridad.
Mucha gente hoy «trabaja en negro». Esa organización del trabajo que no paga las costos sociales de la familia y la persona, daña gravemente la economía del país. Si las autoridades cortasen el sistema de corrupción que ha dañado la confianza de la gente, entonces los que dan trabajo no se negarían a participar en la vida nacional mediante las cuotas sociales y los impuestos. El trabajo «en negro» coloca a mujeres y niños en una situación inaceptable de nueva esclavitud.
La desocupación no sólo causa la pobreza y la penuria, sino que además es enemiga de una vida moral sana. Cuando uno trabaja se siente útil y puede desarrollar sus capacidades y relaciones de amistad. El trabajo debería conducir normalmente a sentirse responsable de la vida del país.
Los jóvenes son uno de los bienes más preciados que posee una nación. Las naciones con jóvenes tienen alegría, empuje y entusiasmo. Sin embargo, la desocupación es mayor para los jóvenes. Tienen la impresión de que será muy difícil para ellos insertarse en el mundo del trabajo tal como está organizado el «sistema» en la sociedad de mercado. El capitalismo, con su desprecio por la persona y su búsqueda del lucro a toda costa, está destruyendo el futuro de la juventud. Es equivocado culpar a los jóvenes de violencia, drogas y delincuencia, cuando la sociedad no se interesa ni confía en ellos. Sobre esto, mucha responsabilidad tienen los educadores que no preparan el futuro en niños y jóvenes. Numerosos niños y adolescentes no saben leer de corrido, ni escribir, ni hacer cuentas.
Hay que organizar mejor el trabajo, distribuirlo bien para que «la torta pueda ser repartida entre todos los invitados al banquete de la vida. Nadie debería resignarse a que haya gente desocupada. Es inmoral esa resignación. La comunidad del país debe moverse para encontrar solución a este problema que quita la alegría a la nación y la hunde.
Los que toman las decisiones en la sociedad y los responsables de las empresas, no pueden mandar saludos deseando que el mundo sea «un paraíso terrenal», y al mismo tiempo olvidarse que su «capital» es la gente que trabaja y sus valores, no el dinero invertido. En este sentido, cualquier progreso que no tenga en cuenta a la persona humana y a sus valores, con seguridad la pisoteará. Hay que volver a estudiar la relación entre salario y trabajo. ¿Por qué los que hacen los trabajos más duros tienen que ganar una miseria? ¿Por qué algunos tienen que ganar sueldos impresionantes y otros una migaja? Tenemos que dar el ejemplo: hablar y convencer de que la economía tenga un rostro humano.