Envenenados
“Un santón ve que una víbora se mete por la boca de un dormido. A gritos, el santón despierta al dormido y lo fuerza a comer manzanas podridas. Luego lo hace correr por horas, fustigándolo hasta que el hombre queda exhausto, cae y vomita la víbora. Entonces el hombre comprende lo sucedido. “Estaba muerto y no lo sabía…Perdóneme los insultos”. El santón contesta: “Te hubieras muerto de miedo si te hubiese dicho lo que tenías adentro”.
Muchos estamos convencidos que no somos pecadores sin esperanza: no matamos, no secuestramos. Nuestras mentiras y crueldades hacia los compañeros de trabajo y pueden atribuirse al cansancio o al mal tiempo.
Sin embargo, hay que pensar que algo funciona mal en nosotros. No es nada tan venenoso como una víbora. Pero la sospecha crece. ¿Por qué gritamos a los chicos? ¿Por qué pasamos horas ante la tele, en vez de trabajar para mejorar nuestro saber? ¿Por qué crece nuestra falta de respeto, compasión, gratitud? Porque eso no nos parece peligroso.
Debemos mirar el veneno que tenemos dentro. Existe algo que nos puede dañar. La víbora interna quiere comida. No comemos mucho. Quiere dinero. Donamos dinero. Quiere olvidarse de los amigos. Los encontramos. Quiere quedarse casi dormido ante la tele. Nos levantamos y nos vamos. Si no vomitamos la víbora, moriremos.
S. Pablo dice que hacemos lo que odiamos. Hay que pensar que tenemos una víbora que quiere comer. Nunca sabremos qué grande es el desorden interior. Debemos purgarnos, con dolor, durante mucho tiempo, hasta expulsar el veneno. El santón que ve la víbora y nos empuja a vomitarla es Jesús