El terrorismo ataca y destruye
Hemos sido testigos del ataque terrorista a dos símbolos de la sociedad contemporánea: las torres del centro económico mundial y el centro militar norteamericano. Probablemente en la intención de los terroristas había otro blanco: la casa del presidente de los EE.UU. Ese terrorismo que ha querido destruir los «símbolos» de la sociedad actual, aunque nos cueste admitirlo, es el fruto de esta misma sociedad, porque se ha separado el ser humano de la búsqueda del bien y la verdad. ¿Cuántos dicen hoy que no saben lo que está bien o mal? De cualquier modo, lo que sucedió el martes 11 de septiembre, es el resultado actual de una cultura de la muerte y del desprecio por lo humano (abortos, eutanasia, riqueza a disposición del mal) y requiere analizar un fenómeno muy complejo.
El terrorismo se legitima a sí mismo por dos motivos: o bien por reivindicaciones nacionales (ideologías) o bien como método para derrocar a la sociedad injusta (situaciones reales de miseria, discriminación, destrucción), o incluso como reacción de minorías despreciadas o sedicentes superiores (el KKK en los EE.UU.). Se suele distinguir dos clases de terrorismo: el privado y el de Estado (al que algunos llaman «legal» o sólo «violencia»).
Los factores desencadenantes del terrorismo son muchos: entre ellos el rechazo de cualquier institución que ponga límites, la crítica negativa permanente, el concepto de una libertad que no necesita de normas, y la sociedad hedonista y consumista que ha llevado al mundo al vacío, al suicidio y al absurdo (aunque el «sistema» parezca funcionar bien). Desde el punto de vista cristiano, hay que agregar que la fe no se ha vivido ni siquiera mínimamente (los casos de la guerra entre tutsis y hutus en Burundi, o los ochocientos mil asesinatos en Rwanda, son ejemplos claros).
Las raíces del terrorismo son varias. Primero morales: la razón no encuentra su futuro y su mañana, vive sólo del presente y los logros materiales, porque se ha desinteresado de los principios que unen el ser y el obrar. Segundo, religiosas: es la responsabilidad de los fanáticos que caen en el dogmatismo absoluto, y de las familias, escuelas, medios de comunicación, que no han sabido hacer ver el «horizonte humano» a la gente; y por consiguiente han caído los valores esenciales a causa del ateísmo, la aceptación del aborto y las drogas, y la tecnocracia. Tercero históricas: como hoy es imposible una guerra entre naciones a causa de las armas nucleares, se van acumulando las tensiones y la violencia que, favorecidas por tiranos semejantes a los del s. XX, explotan de manera criminal y horrorizante. Cuarto psicológicas: ha aumentado en muchas naciones la angustia depresiva que sólo se calma con la eliminación del adversario (eso explica la pasión por el fútbol en el mundo y en nuestro país en particular, y los comentarios anti-norteamericanos que se han hecho, confundiendo a un pueblo que sufre duramente con sus dirigentes y con los responsables de las multinacionales anónimas o pseudoanónimas). Quinto filosóficas: es la responsabilidad de los que han sembrado el pesimismo en las poblaciones a causa de la corrupción, los negociados y la falta de ejemplos.
Frente al terrorismo en general, y a lo sucedido en los EE. UU. hay que pronunciar una clara palabra de condena: este terrorismo es la ideología totalitaria que no puede admitir que haya otros proyectos históricos y sociales. El desprecio por la Iglesia y sus principios en los medios de comunicación y las escuelas, el abandono de la práctica del auténtico arrepentimiento, ayudan a explicar la conducta terrorista y el fanatismo religioso. El terrorismo es un dogmatismo que ni siquiera permite pensar en un cambio de conducta. Condenamos los ataques terroristas de ahora y de antes, porque no existe ningún proyecto histórico que tenga valor para siempre: en principio todo proyecto de sociedad es relativo y sujeto a ser cambiado. Los Papas han repetido hasta el cansancio a los dirigentes de las naciones que era necesario revisar urgentemente los proyectos sociales. Condenamos también al terrorismo, porque en lugar de traer soluciones las atrasa irremediablemente, y origina consecuencias funestas de venganzas y reivindicaciones, de psicosis de que ya es imposible ser defendidos y de recesión. El golpe siniestro del terrorismo internacional nos hace ver que hemos estado muy tranquilos frente a otros terrorismos cotidianos, algunos desde hace siglos y otros recientes: el sometimiento y persecución a las mujeres en algunos países musulmanes, la guerra santa en Sudán, las teocracias montadas sobre el terror de las poblaciones, los ajustes de cuentas diarios (como los asesinatos cotidianos de cristianos en Argelia), las guerras civiles y religiosas (como en la antigua Yugoslavia, en Chechenia, así como en África y Asia).
Nos permitimos apuntar alguna solución posible: que no caigamos en la «ley del talión»; que los magnates económicos y financieros no despidan a la gente, ni aumenten los precios; que crezca la solidaridad entre naciones pobres y ricas; que los que viven bien no «hagan la siesta» cuando tanta gente se muere de hambre; que se descubran las «mentiras históricas» inventadas por motivos ideológicos (es la tarea de los pensadores y los hombres de la fe); que se termine el nepotismo y el amiguismo que son formas burdas de injusticia; que cada hogar se convierta en un centro de vínculos de amor y de justicia; que se terminen las ideas falsas que separan el derecho de la justicia, la justicia de la caridad, y la vida de la verdad.