
El Temple
Hay una virtud moral llamada moderación o templanza. Aristóteles señala que el frensí del sensual (des templado, in moderado), se parece a las faltas de los niños. Los niños se dejan llevar con capricho por su apetito. El desborde sexual es señal de falta de madurez. Por eso, el varón o la mujer, joven o adulto, que no plasma el orden del espíritu en su vida sexual, no logra integrar su ser.
Ese temple está unido al aplomo, o calma del alma. Esa firmeza brota de un orden interno, objetivo, logrado en lo más hondo del hombre por un proceso de método espiritual. El temple procura, pues, realizar el orden y el balance de los deseos, para que reine la razón en el vigor sensible que forman lo íntimo de la persona y tiende a sobrevivir. La templanza enfoca, y hace que uno se asuma con una misión a cumplir. La moderación ayuda a la madurez del hombre, porque actúa sobre lo interno de cada uno, y trata lo esencial. El temple obra para dar una vía positiva a los placeres básicos y fogosos: la comida, la bebida, y la pasión sexual.
Nacemos con una herida original: la libido, o sea, la gusto por el pecado. El temple que trata de serenar la pasión sexual y los actos externos que proceden de ella, se llama Castidad. Esta es un valor precioso y concreto de la vida personal.(In 15)

