La Argentina Hambrienta

El nuevo milenio necesita religión y ética

Hay dos carencias fundamentales que pueden detectarse en los contemporáneos de este principio de siglo y milenio. La primera toca a la religión. La segunda a la moral.

Con respecto a la primera hay que reflexionar sobre este fenómeno que ha aparecido en la sociedad: un «supermercado» de ofertas «religiosas» con una proliferación de grupos extravagantes. El crimen ritual perpetrado hace pocos días por dos jóvenes alienadas por un grupo, nos obliga a plantearnos esta cuestión, que ya está sobre el tapete desde hace muchos años. Se ofrece a la gente «mercadería religiosa» mediante templos, negocios, santerías, la televisión y la radio. Hay escuelas de meditación para encontrar energía, sectas de toda clase. disciplinas orientales, gurúes, maestros y pastores, logias infernales, milagreros, y buscadores de experiencias. La enumeración no es exhaustiva. Esta cantidad de grupos, palabras habladas y panfletos no ha beneficiado la cuestión religiosa. El hombre, cada persona con buena conciencia, se plantea el problema religioso, el más allá, el sentido de esta vida, y de la muerte, del trabajo y el dolor. Hay una angustia digna y respetable en la búsqueda de los seres humanos. Sin embargo, todo este «abundante mercado religioso» en lugar de mostrar un aspecto positivo, demuestra que los «sustitutos» no sirven. La carencia se ha hecho más profunda. Los locales que se abren desde hace veinte años van cerrando, aún cuando abran nuevos, porque la gente se siente defrauda en sus sentimientos más íntimos. La vida religiosa, en vez de haber aumentado con tanta «oferta», ha quedado en pañales.

Para la Iglesia Católica, por suerte, esas «mascaritas» de religión han surgido en una época en donde nacieron los «grupos de oración». Silenciosa, pero. hondamente, muchos católicos se reúnen para entrar en comunicación silenciosa y sincera con Dios creador y salvador. Casi todas las comunidades católicas tienen grupos de oración que aseguran el principal «servicio» que la Iglesia puede rendir al mundo: la adoración al único Dios vivo y verdadero manifestado en Jesucristo y que nos ilumina por su Espíritu.

La segunda carencia está referida a la moral. Las personas se encuentran vacías y lejos de sí mismas. En la era de la comunicación instantánea, el hombre se encuentra solo y desprovisto de principios de pensamiento y de acción. La moral no está muerta. Basta un minuto de reflexión silenciosa, para que una persona se plantee la vivencia de la moral. La inmoralidad difundida por los medios de comunicación con total desparpajo y promovida incluso por algunos que se llaman a si mismos «filósofos», huele mal: tiene el aspecto de un cadáver en descomposición. Los niños y los jóvenes actuales están hartos y saturados de tanto atrevimiento, que no sacia ni construye la personalidad. Hasta las personas más descalificadas, como ciertos presos, tienen «códigos de honor» y las «mujeres de mala vida» guardan «reglas de ayuda mutua». La moral vuelve a nacer donde haya alguien capaz de promoverla y anunciarla.

La Iglesia tiene aquí su gran oportunidad. En lugar de «rasgarse las vestiduras» la inmoralidad que avanza, los católicos tenemos la mejor oportunidad que nos podrían haber brindado: anunciar la nostalgia de bien y verdad que posee cualquier corazón creado por Dios.

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