Catequesis,  Vida

El muchacho enyesado

Un día de agosto, un hombre en sus 40 o más vino junto a un chico de unos 18. Este traía una pierna con yeso. Se sentaron. Era la primera vez que los veía. Dijo el padre: Nos dijeron que aquí en esta parroquia del Angel Gabriel pasan cosas buenas.

Hice mmm. Habló otra vez el padre: Mire Monseñor, ¿usted es monseñor no?, este es mi hijo menor. Juega al fútbol en un cuadro de las inferiores. Hace tres días durante un partido le quebrarpon una pierna. Fuimos al médico y quedó así. Mi esposa, yo y mis otros hijos estamos desolados. El que lo atendió le dijo al acabar de enyesar: “Mirá pibe, despedite del fútbol,  no vas a poder jugar nunca más”. Silencio de dolor.

Pregunté al joven: Y ¿cómo te sentís? Respondió afectado: ¿Cómo quiere que me sienta? Estoy  por el suelo.  – Claro,  afirmé.

Exclamó el padre: ¡Es horrible que el ideal, la ilusión y la vocación de un chico queden destrozadas! Entonces demandé: ¿Por qué dijo eso el médico? Rápido el hombre: Porque debe estar enyesado por seis meses, ya que fue una lesión grave, “abierta”:  el hueso roto rompió la piel. Inquirí: Es una fractura astillada o cortada. Replicó: No es astillada. Se deben unir las dos partes, por eso debe usar la escayola por tantos meses. El médico fue tajante: “No debe moverse”.   Fue mi turno: Miren, los huesos dan células y se regeneran. Ese médico fue cruel. Suele pasar ahora. Escuchen bien. Para el mes de enero próximo, va a entrenar de nuevo, no digo jugar, y haciendo ejercicios. Se pasmaron. Me miraron como a un loco. Se fueron. Cuando llegó enero, vino el hombre: Vine solo porque mi hijo está haciendo ejercicios con los colegas. (In 10)

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