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El futuro del cristianismo

En las próximas semanas podrán leer mi  traducción de un estudio de Bernard  Lonergan no publicado en castellano, que tiene gran interés para los católicos. Está en el segundo volumen de sus obras Second Collection, de 1974.

Bernard  Lonergan nació en 1904 en Canadá y dedicó toda su vida hasta 1984 a buscar un método que uniese lo empírico de las ciencias exactas con la historia, la filosofia y la psicologia. Se considera uno de los más grandes pensadores del s. XX. Escribió sólo 3 libros, una cada 15 años, pero sus obras completas en inglés abarcan 24 tomos. En castellano está Insight: estudio de la comprensión humana de 1957 (publicado en 1999) y Método en teología de 1972 (publicado en 1988). Pertenece a una generación de sabios católicos: Yves Congar (1904-1995) dominico francés; Karl Rahner (1904-1984) jesuita alemán; Henri de Lubac (1896-1991)jesuita francés; y Hans Urs von Balthasar (1905-1988) sacerdote diocesano suizo. Modelaron el pensamiento del s. XX y Lonergan hizo importantes aportes a la Economía.   

En primer lugar, en El futuro del cristianismo afirma desde el inicio que no estamos llamados a desaparecer sino a tender puentes hacia toda la humanidad por el amor de Jesucristo derramado en nuestros corazones.   En segundo lugar, los temas que toca Lonergan son candentes y sus explicaciones poderosas para entendernos a nosotros mismos (el autodescubrimiento) y salir al encuentro de los demás.

Este trabajo ha sido muy pesado para mi, porque Lonergan no es autor sencillo, sino de mucha profundidad y exactitud en lo que expresa. Prueba de ello es que su segundo libro Insight  se considera una de las obras más difíciles del s. XX, por que presenta los elementos para que los cristianos podamos partir de la experiencia como las ciencias empíricas y elevarnos hasta la conversión filosófica, moral y religiosa, sin tener miedo a ninguna filosofía u otras interpretaciones que traten de tirarnos abajo.

Lo presento porque la comunidad de San Gabriel Arcángel  es bastante madura para ser al mismo tiempo conservadora y renovadora. El lema de Lonergan era vetera novis augere et perficere (aumentar y perfeccionar lo antiguo con lo nuevo). Mantenemos lo que hemos recibido como venido de Dios y adaptamos todo lo demás a las circunstancias de nuestro tiempo. No vivimos en el pasado, ni en el futuro, sino en el presente. Y no despreciamos el pasado, ni idealizamos el futuro. Tratamos de ser realistas.

Bernard Lonergan
Bernard Lonergan

(texto) Hace un tiempo, Friedrich Heiler hizo una lista de 7 áreas de unidad  que existen en las comunidades cristianas y en todas las religiones de la humanidad. Ese estudio nos sirve para alejarnos de lo que es exterior en la religión y atender a lo interior y vital. Esto nos asegura que las Iglesias y  comunidades cristianas, pese a sus diferencias, tienen en común algo más profundo y dinámico que promete un futuro para el cristianismo y la base para un diálogo serio en todas las religiones mundiales.

   En primer lugar el profesor Heiler pone «la realidad  de lo trascendente, lo santo, lo divino, el Otro. Se distingue de todas las cosas pasajeras «un ser verdadero», «realidad de todas las realidades», «el uno sin competencia», «la verdad eterna». Se indica así a quien nosotros llamamos Dios. Si bien racionalmente Dios puede ser concebido como base del universo y personalmente como el «Tu» a quien llamamos en nuestra intimidad, con todo esos movimientos de la mente y el corazón del hombre sin inadecuados para revelara lo que es Dios.

   En segundo lugar, lo divino, aunque nos supera, es también inmanente en los corazones humanos. S. Pablo afirma que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. El Corán dice que Dios está más cerca que nuestro propio pulso. S. Agustín sostiene que El es más interior que nuestro ser más íntimo. Los místicos de la antigua India que el hombre es uno con Brahma.

   En tercer lugar, que esta realidad, trascendente e inmanente, para el hombre es el bien más alto, la verdad, justicia, bondad, belleza más altas. En el mundo de la naturaleza o del espíritu, nada se compara con lo Ultimo y lo Supremo; por eso ese bien más alto es la meta final de todas las aspiraciones y esfuerzos de las religiones mundiales.

   En cuarto lugar, la realidad de lo divino es el sumo Amor. Misericordia y gracia son los atributos de Yavé en la experiencia de los profetas de Israel. En el Evangelio, Dios es amor abierto y compasivo. Bondad y cuidado de todo lo que existe forman la característica del Tao de Lao Tsé. El gran corazón compasivo es el esencia profunda de lo divino en el Budismo Mahayana.

    En quinto lugar, el camino del hombre hacia Dios es universalmente el camino del sacrificio. El sendero de la salvación en todas partes comienza como renuncia arrepentida, resignación, la vía purgativa, la autodisciplina ética, el ascetismo. El sendero a Dios se continúa con la meditación, la contemplación y la oración. Todos los hombres piadosos rezan, en parte con palabras y en parte sin ellas, en parte en completa soledad, en parte en la comunidad de los fieles. Y los mayores santos de todas las religiones superiores[2] «oran sin cesar», como dice san Pablo. Toda su  vida es – como dijo Orígenes una oración única y continua. Y mientras avanzan no buscan el bien terrenal, sino a Dios mismo y al orden de Dios en la tierra.

   En sexto lugar, las religiones superiores enseñan no solo el camino a Dios sino también al mismo tiempo y siempre el camino hacia el prójimo. Todas predican el amor fraterno, un amor que no tienen límites, un amor que debe extenderse hacia los enemigos, un amor que no tiene su fuente y origen en el mismo hombre, sino en Dios que actúa sobre el hombre, un amor que – como viene de Dios – también vuelve a El, porque al amar al prójimo amamos a Dios.

    En séptimo lugar, la experiencia religiosa es múltiple y variada como la misma condición humana, pero el camino superior hacia Dios es el amor. El amor de Dios lleva a las religiones superiores a concebir la beatitud, la felicidad más alta, a veces como visión de Dios, otras veces como otro tipo de unión con El,o también como una disolución en El.-

   Este es un sumario de lo que el profesor Heiler desarrolla en unas once páginas. Lo hice porque ese resumen me pareció el mejor modo de indicar con realismo, aunque de modo incompleto, lo que se entiende por Religión. Ahora me propongo seguir el tema planteando  dos preguntas. Primera: ¿Cuál es la función de la Religión en la vida humana? Segunda, ¿cómo puede un cristiano explicar la gran similitud en las distintas religiones superiores sin negar lo que es exclusivo del Cristianismo?

Friedrich Heiler
Friedrich Heiler

Comencemos por notar que el vivir humano se divide en dormir y estar despierto. Cuando estamos dormidos, seguimos vivos, pero nuestra humanidad está en estado mínimo. La Religión puede ayudar a que la gente duerma bien, pero si lo hace, la razón de eso hay que buscarla en el estado del hombre despierto. Ahora bien, estar despierto no es un evento simple y sin diferencias. Más bien es un evento esencialmente dinámico, un asunto de cambio continuo. Comienza con un flujo de sensaciones, recuerdos, anticipaciones, sentimientos, percepciones, movimientos. De ese experimentar surge el esfuerzo por entender, para unir y relacionar con la inteligencia los datos de la experiencia; y cuando ese esfuerzo se logra, se acumulan las perfecciones para complementarse y corregirse una a otra y, al final, constituir una comprensión, un entender habitual sobre este mundo y sobre la condición humana. Aunque si bien podemos entender, también podemos equivocarnos; por eso, además de la experiencia y la comprensión emerge un tercer nivel de operaciones en el cual dudamos, reflexionamos, ordenamos y pesamos las evidencias, y al final, juzgamos con certeza o probabilidad que esto o eso es así o no es así. Todavía queda un cuarto nivel, último, de deliberación, evaluación, decisión, acción. Nos preguntamos si nuestros proyectos tienen valor o no, si son buenos o sólo buenos en apariencia. Podemos responder a esas preguntas y vivir de acuerdo con las respuestas. Y pues podemos hacer eso, podemos ser principios de benevolencia y beneficencia, genuinos colaboradores, amantes fieles.

Acabo de describir los cuatro niveles de la consciencia intencional del hombre, porque quiero sacar una conclusión, a saber, que la vida humana auténtica consiste en la autotrascendencia, en ir más allá. Ya en el nivel de la experiencia vamos más allá de nosotros, al aprehender y responder a personas y cosas sobre nosotros. Pues mientras los animales viven en un medio ambiente (hábitat), el hombre vive en un universo. Lo hace porque se hace infinitas preguntas, pues busca en la experiencia y recuerdos de sus contemporáneos y sus predecesores, ya que no puede vivir humanamente sin formarse alguna visión sobre los hechos y posibilidades de la existencia humana.

Con el Tercer nivel del juicio surge otro elemento más radical de la autotrascendencia. Porque el juicio puede ser, no un simple informe sobre lo que siento, imagino, pienso o me inclino a decir, sino una declaración muy confiable de lo que es o no es así. Por cierto, la verdadera declaración (sobre los objetos) intenta enunciar lo que sería así, aunque el sujeto que hace la declaración no exista. Y ademas, la autotrascendencia tiene todavía otra dimensión. Pues hasta ahora hemos considerado una autotrascendencia que es solo cognitiva. Pero además hay una autotrascendencia que es real. Cuando afirmamos que un proyecto es válido, nos movemos más allá de la consideración de las satisfacciones e intereses, gustos y preferencias meramente personales. Reconocemos los valores objetivos y damos el primer paso hacia la auténtica (NDT) existencia humana. Esa autenticidad se realiza cuando los juicios de valor son continuados con la decisión y la acción; cuando el saber lo que verdaderamente bueno lleva al hacer verdaderamente bueno.

El hombre no es una isla. Nuestra autotrascendencia no es solitaria. Nos enamoramos. El amor al que nos rendimos no es un único acto de amar, ni algunos actos, sino un estado dinámico que inspira y moldea todos nuestros pensamientos y sentimientos, todos nuestros juicios y decisiones. Ese estado dinámico tiene sus causas, condiciones y ocasiones anteriores, pero cuando ocurre y mientras dure, es el primer principio de nuestro vivir, la fuente y el origen del cariño que colorea cada pensamiento, palabra, hecho u omisión. [hasta página 6 inclusive]

Ese estar enamorado se da de muchos modos. El mejor conocido es el amor del esposo por su esposa y de la esposa por el esposo. Pero también existe el amor al prójimo a la familia o nación, a los conciudadanos y compatriotas, a la humanidad; por el Bien común el hombre puede trabajar sin cesar y si fuera necesario arriesgar su vida y morir. Para sostener tanto el amor a la familia como el amor a los amigos está el amor de Dios. Sobre ese amor divino san Pablo escribió: Por el Espíritu Santo que se nos dio, el amor de Dios ha inundado nuestros corazones. (Romanos 5:5). Sobre ese mismo don otra vez se refiere cuando más adelante pregunta: ¿Quién podrá separarme del amor de Cristo? La aflicción, las tribulaciones, las persecuciones, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? Y responde: Estoy convencido que nada en la vida o en la muerte, entre los espíritus o poderes sobrenaturales, en el mundo como es o como será, en las fuerzas del universo o en lo alto o lo profundo, nada en toda la creación podrá separarme del amor de Dios en Jesucristo nuestro Señor. (Romanos 8: 35, 38, 39).

El don del amor de Dios hacia nosotros es el punto culminante de la autotrascendencia. San Agustín escribió: Nos hiciste para ti, Señor y nuestros  corazones viven inquietos hasta que descansen en Ti. (NdT) autotrascendencia. Este descanso en Dios es algo que no logramos nosotros, sino que recibimos, aceptamos, ratificamos. Llega de modo sereno, secreto, discreto. Lo conocemos porque notamos sus frutos en nuestras vidas. Es el más profundo cumplimiento del espíritu humano. Y dado que es cumplimiento nos da la paz, la paz que el mundo no puede dar (NdT) [página 8, página 153 in fine]

Por ser cumplimiento nos da alegría, una alegría permanente pese a los fracasos, humillaciones, privaciones, dolores, traiciones, abandonos (NdT). Por ser cumplimiento, su ausencia se manifiesta a veces en la reducción de la vida humana al libertinaje, a veces en el fanatismo cuyas limitadas metas son buscadas de modo violento y peligroso, otras veces en la desesperación que condena al hombre y a su mundo como absurdos.

Hay más aspectos del tema. Estar enamorado de Dios funda la Fe. San Pablo habló de la fe que actúa en el amor (Gálatas 5:6). Los teólogos escolásticos consideraban incompleta la Fe sin amor, fides informis (NdT). Si con algunos pensadores contemporáneos distinguimos por una parte  asuntos particulares del conocer, o  creer, o hacer, y  por otro lado, el contexto en el cual suceden esas acciones, considero que se puede concluir que estar enamorado determina el contexto total, la visión del mundo, el horizonte; la Fe – por así decirlo – es el ojo del amor que discierne la mano de Dios en la naturaleza y su automanifestación en la revelación. De modo semejante, el amor se conecta con la esperanza, pues la esperanza es la seguridad y la confianza de aquellos a quienes Dios ha dado su amor. (N dT). Sobre todo, el don del amor de Dios sobreabunda en el amor al prójimo. Así como Dios mismo es amor (1 Juan 4: 8, 16) y la abundancia de ese amor crea y mantiene y promueve este universo movido por masa y energía, por procesos químicos, por interminable variedad de plantas y vida animal, [p. 9] por la inteligencia humana y el amor humano, del mismo modo el amor que Dios nos da, desborda en el amor de todo lo que Dios desea amar.

Es un amor que permite a un esposo amar a su esposa con toda la ternura que tiene por su propio cuerpo (Efesios 5:28). Es un amor que detiene al buen samaritano y lo hace cuidar al viajante asaltado por ladrones. Es un amor que no tiene fronteras, porque busca el Reino de Dios, el orden de Dios en la tierra y ese orden es universal.

He estado tratando de entender la pregunta: ¿Cuál es a función de la religión en la vida humana? Ahora quizá la respuesta será bastante clara. Para  vivir de modo inteligente, razonable, responsable, un adulto debe formarse una visión del universo, del lugar del hombre en el universo, de su papel entre los otros hombres. Podría hacerlo apelando a los mitos, o a la ciencia, o a la filosofía o a la religión. Podría hacerlo así de modo explícito, consciente, deliberado, o bien podría hacerlo de modo implícito, sin advertencia, sin deliberación. Podría defender lo que sostiene, o tratar de huir en el libertinaje y las drogas, o arrabiarse fanáticamente contra eso, o caer en una existencia desesperada. Esa es la condición humana[1] y ese es el problema humano. Una solución mítica sólo sirve para los inmaduros. Una solución científica es imposible, pues la ciencia se niega de modo metódico y sistemático a considerar la cuestión. Una solución filosófica es anticuada, porque la filosofía se ha vuelto existencial; se ocupa del hombre en su existencia concreta; y en ella la cuestión es la autenticidad. Demostré que el hombre existe de modo auténtico den la medida en que logra el autodescubrimiento y la autoapropiación (la autotrscendencia), y descubrí que la autotrascendencia tiene su cumplimiento en la santidad, en el don del amor de Dios.

Segunda pregunta: ¿Cómo puede explicar un cristiano la gran similitud en las distintas religiones sin negar la exclusividad del cristianismo?

Comencé haciendo dos preguntas. Respondí algo sobre la importancia de la religión en la vida humana, y ahora debo referirme de modo sucinto a la relación de cristianismo con las otras religiones del mundo. Cité a s. Pablo y a s. Agustín, y hablé en términos cristianos, pero no lo hice de modo exclusivo, porque no pertenece a la doctrina cristiana que el don del amor de Dios se restrinja sólo a los cristianos. La 1ª. Carta a Timoteo nos dice que la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4). De aquí muchos teólogo han declarado que , dado que la Gracia es necesaria para salvarse, una gracia suficiente para la salvación se da a todos los hombres. Que esa Gracia incluye la mayor Gracia, el don del amor de Dios, puede inferirse, pienso, de la presentación de Heiler sobre las 7 áreas comunes a todas las religiones superiores.

Porque esas 7  áreas son justamente lo que esperaríamos como resultado del don del amor de Dios. Ese mismo amor es la 7ª. área común. Incluye el amor a nuestro prójimo que es a 6ª. área. Incluye la amorosa atención de Dios que es la oración y la autosuperación (la autotrascendencia) que es la abnegación; oración y sacrificio son las 5ª. área común. Además, el amor de Dios no es el amor a este mundo ni de ninguna de sus partes y por eso es el amor a un ser trascendente; aunque el amor de Dios está en nosotros, más íntimo que nuestro propio ser interior, y así Dios es inmanente en los corazones humanos; la trascendencia e inmanencia de Dios eran la 1ª. y 2ª. áreas comunes. Finalmente el don del amor de Dios es cumplimiento de nuestro fuerte impulso a la autotrascendencia y nos trascendemos a nosotros mismos, al buscar lo inteligible, lo verdadero, lo real, lo bueno, el amor. Lo que llena esa búsqueda es el Dios en quien descansamos, debe ser la suprema inteligibilidad, verdad, realidad, bondad y amor; y de ese modo completamos las 3ª y 4ª. áreas. Parece que alas 7 áreas de Heiler desde el punto de vista de las historia de las religiones, puede describirse desde el punto de vista cristiano como siete efectos del don del amor de Dios.

Para llegar ahora a lo diferente del cristianismo, voy a citar antes a C.F.M. Moule (Universidad de Cambridge, USA). En una reciente series de conferencias afirmó: En ningún texto del Nuevo testamento hay evidencia que los cristianos sostuvieran una filosofía de la vida original o una ética original. Su única misión es dar  testimonio sobre lo que proclaman como un evento – la resurrección de Jesús de entre los muertos. Lo que diferencia al cristiano, entonces, no es la Gracia de Dios, que comparte con los demás, sino la mediación de la Gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

En el cristiano, según esto, el don del amor de Dios es un amor en Jesucristo. De este hecho brotan los aspectos sociales, históricos, doctrinales del cristianismo. Pues el don del amor de Dios por más íntimo y personal que sea, no es tan privado que llegue a ser solitario. El don del amor de Dios es dado a muchos por medio de Jesucristo para que lleguen a ser uno en El. Los hombres se necesitan uno al otro para entender el don que se les ha dado, para reflexionar sobre lo que implica e incluye ése don; para sostenerse uno a otro en su esfuerzo por vivir vidas cristianas.

De modo normal, el don del amor de Dios no es un rápido cambio al carácter o personalidad. Es como una semilla plantada en la tierra que necesita ser cultivada, como el brote necesita luz del sol, lluvia y protección contra las malezas sofocantes, los insectos devoradores  y los animales sueltos. Igual que Juan Pérez, necesita también los amigos que pueda lograr, así los cristianos necesitan toda la ayuda que puedan conseguir. Los grandes santos son la excepción e, incluso, se consideran vasos de arcilla. La necesidad de predicación y enseñanza, rituales y comunidad litúrgica, es la necesidad de ser miembros uno del otro, para compartir unos con otros lo más profundo de nosotros, para sacarnos de nuestros caprichos, para animarnos en nuestros buenos propósitos.

Hoy en día se habla bastante de un cristianismo sin religión, y si bien no quisiera apartarme del tema para explicar las ideas de Karl Barth y Dietrich Bonhoeffe, considero justo indicar el elemento de verdad escondido en esa expresión cristianimo sin religión. En el prefacio de su traducción del libro Iglesia y Estado de Luigi Sturzo, Barbara Carter resume la opinión del autor así:

… en cada forma de vida social u nuestra sociedad como un todo, dos corrientes aparecen sin falta: la institucional y la mística. La primera busca conservar planes prácticos para perpetuar el orden establecido; la otra busca renovar, con aguda visión, las deficiencias actuales y de las aspiraciones urgentes hacia el mejor futuro. La diferencia entre ellas (la institucional y la mística) no es absoluta, porque están formadas por individuos humanos y reflejan la complejidad de la mente humana; sus acciones son un entretejido, una consolidando lo que otros pensaron, aunque al fin se unen para partir de nuevo; el conflicto que muestran es un conflicto entre el ideal y su realización siempre parcial, entre la letra que mata y el espíritu que vivifica…

En resumen, no hay diferencias simples y absolutas. Lo institucional necesita siempre ser vivificado por el espíritu interior. Debe cambiar y adaptarse a las nuevas necesidades, nuevas condiciones, nuevas circunstancias. Los cambios y adaptaciones deben mostrar el don del amor de Dios. Sólo de modo vacilante e imperfecto los cristianos logran sus ideales. Pero de eso no se concluye que lo institucional deba ser desechado. El don del amor de Dios exige amar a nuestro prójimo. Es lo opuesto a un individualismo estéril e introvertido. Por su esencia el don del amor de Dios hace que los cristianos nos amemos unos a otros, compartamos las cargas de los demás, trabajemos juntos para que llegue el Reino de Dios, el orden de Dios para la tierra. Podemos investigar en qué medida la institución es oportuna. Podemos preguntarnos qué clase de institución es deseable. Pero excluir toda organización institucional es excluir a la comunidad cristiana.

En fin, sobre la expresión cristianismo sin religión quizá podrían hacerse tres observaciones:

1ª. Hay estudios positivistas y otros reduccionismos de la religión, y estos engendran una noción de religión que un cristiano, o cualquier persona religiosa no aceptaría. Si por religión se entiende una interpretación psicológica, sociológica, histórica o filosófica de la religión que concibe la religión como sólo esto o sólo aquello, entonces el cristianismo debería concebirse no religioso. Sin embargo, pienso que la palabra religión no debe ser dejada a los simples reduccionistas. Hay muchos y muy diferentes estudiosos de la religión con una profunda comprensión de la realidad de la religión; en su concepción la palabra cristianismo no es sin religión y la importancia de su concepción radica en que construye un puente sobre el cual los cristianos pueden llegar a la comprensión de las religiones no cristianas.

2ª. Los cristianos pueden llegar a pensar su religión como un fin en sí mismo; pueden dedicarse tanto a la causa cristiana que se olviden su subordinación a la causa de la humanidad. Ahora bien, si por religión se entiende una religión centrada en sí mismo, entonces sin duda el cristianismo debería ser no-religioso, o como se suele decir, secular. Sin embargo, por mi parte me opondría a la identificación de la religión con una religión centrada en sí misma; como ya afirmé, la función de la religión no es hacer un hombre centrado en sí mismo, sino completar su autotrascendencia o autoapropiación.

3ª. Dado que no todos los cristianos son santos, sus debilidades y pecados aparecen en sus actitudes exteriores y en sus instituciones. Pero el remedio siempre necesario no es exterior sino interior; no consiste en abolir las estructuras comunitarias y por lo tanto lograr un aislamiento de individuos sin amor, sino en el arrepentimiento y la oración que pide al Padre celestial un don más abundante de su Espíritu.

Sin embargo, discutir o investigar los estructuras de la Iglesia lleva inevitablemente a cuestiones doctrinales, pero el tema doctrinal que, con seguridad, les gustaría que yo considere no es una doctrina particular sobre esta o aquella estructura, sino  más bien los huracanes que parecen soplar sobre el Catolicismo romano. ¿Qué esta sucediendo? ¿Hasta dónde llegarán? Intentaré dice algo sobre estos temas pero para poder hacerlo, deben admitir que yo hable como católico romano y no simplemente como cristiano.

El sociólogo alemán George Simmel inventó la frase die Wendung zur Idee para explicar la tendencia e incluso la necesidad de cada gran movimiento social, cultural o religioso, para definir sus metas, investigar los medios que emplean o pueden emplear, para recordar sus orígenes, sus logros y sus fracasos.

Ahora bien, este cambio de ideas se realiza de modo distinto en diferentes situaciones culturales. Mientras una tradición histórica puede retener su identidad, cuando pasa de una cultura a otra, sólo puede sobrevivir y funcionar en esas varias culturas si piensa y si realiza el cambio de idea en armonía con el estilo, el modo de formar los conceptos, la mentalidad y el horizonte propios de cada cultura.

Y lo que es verdad de cada movimiento social o religioso, también es verdad de la Religión católica. Se expresa a sí misma en el Nuevo Testamento, pero siguen agregando otras expresiones en los Padres Apostólicos, los apologistas, los Santos Padres griegos y latinos. Un modo completamente nuevo aparece con la escolástica bizantina, y esto volvió a suceder a escala universal con los teólogos y canonistas medievales. El humanismo, el Renacimiento, la contrareforma trajeron otro estilo, un nuevo modo de formar conceptos, una mentalidad diferente. De ese estilo, ese modo y esa mentalidad los católicos se han estado alejando y han estado esforzándose para hacer un nuevo cambio de ideas con el modo, el estilo y la mentalidad de la cultura moderna. Los esfuerzos en esa dirección han estado trabajando desde hace más de un siglo, pero el cambio masivo se dio en el Concilio Vaticano II (1962-1965).

Entonces en general lo que sucede en los ambientes católicos es un desprenderse de las formas de la cultura clásica y una transposición a las formas de la cultura moderna.

Este es un asunto rodeado de mucha confusión. Sobre todo, la confusión nace por que la cultura clásica no previo la posibilidad de su propio colapso. Se concibió a si misma como normativa, no empírica, no una cultura en medio de las otras muchas culturas, sino la única cultura que cualquier persona cultivada y bien pensante llamaría “cultura”. Se trataba de adquirir y asimilar los gustos y habilidades, los ideales, virtudes e ideas que nos eran inculcadas en un buen hogar y mediante un plan de estudios sobre cuestiones sociales, no técnicas. Ese plan tenía en sí una larga historia. Nacía de la educación griega y del estudio de la doctrina y las humanidades de los romanos, en la época exuberante del Renacimiento, y sus brotes en las escuelas de la Contrareforma de los jesuitas. Por otra parte, su gran antigüedad sólo aumentaba su naturaleza de fundamento inamovible.

Esa cultura clásica consideraba inmortales a las obras de sus clásicos, su filosofía era la filosofía eterna, sus leyes y estructuras eran el fruto de la prudencia y la sabiduría de toda la humanidad. Ciertamente había que adaptarse a las circunstancias y tiempos cambiantes, pero ni las circunstancias ni los tiempos modificaban la naturaleza humana, y por eso, la adaptación jamás podía afectar la substancia de las cosas.

Mientras las cultura clásica se consideraba normativa y abstracta, la cultura moderna  se considera empírica y concreta. La cultura moderna reconoce la variación, diferencia, desarrollo y caída culturales, que investiga cada una de las muchas culturas de la humanidad, que estudia sus orígenes, trata de comprender lo que cultura clásica hubiera clasificado como extravagante, inculto, bárbaro. En lugar de pensar al hombre en términos de una naturaleza común a todos los hombres, tanto despiertos como dormidos, genios o tontos, santos o pecadores, se refiere al hombre en su vida concreta. Si logra distinguir en las acciones humanas estructuras comunes e invariables, se niega a huir de lo particular a lo universal, y se esfuerza por aceptar el desafío de conocer a la gente en todas sus diversidades y cambios.

Estoy seguro que no necesito explicar que este cambio cultural, aunque tarde, ha enriquecido la dimensión histórica de la teología católica, primero en los estudios patrísticos y medievales, pero sobre todo en los últimos 25 años desde la Divino Afflante Spiritu también a los estudios de la Sagrada Escritura. Pero debo añadir que este desarrollo necesita una reorganización completa de la teología católica, porque el método deductivo para entender el pasado sólo era posible cuando falta un conocimiento minucioso y exacto. Más aún, mientras que las categorías escolásticas son remplazadas por categorías más adecuadas tomadas de los progresos históricos, fenomenológicos, existencialistas y personalistas, está dándose un cambio, en la terminología de Karl Rahner, de una visión cosmológica a una visión antropológica. Cuando el hombre contemplaba un universo objetivo y se definía sí mismo en los términos de las mismas categorías objetivas, ahora lo que hay que entender no es el universo sino al hombre, aunque sea el hombre el principio para que lleguemos a conocer el universo. En donde antes el conocimiento precedía, fundaba y justificaba al amor, ahora el evento de estar enamorado culmina y completa el proceso de autotrascendencia que comienza con el conocimiento pero va más allá, como Blas Pascal comprendió cuando afirmó que el corazón tiene razones que la razón no conoce.

Este cambio libra a la religión y a la teología del movimiento racionalista, de la necesidad o el deseo de probar las verdades de la fe sólo por la razón y la historia. Pues aunque la razón y la historia pueden dar su aporte, ese aporte está subordinado al don del amor de Dios a nosotros, al amor que reconoce la manifestación de Dios en la naturaleza y su auto revelación en la Sagrada Escritura. Y esta no es una especie de identificación metafórica de la fe con ojos del amor tan propio del conocimiento religioso. sigue pagina 18 in medio.

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