El declinar del sacramento de la reconciliación
A lo largo de los siglos el sacramento de la reconciliación ha tenido tres nombres, según el acento que se le dio a cada uno de sus elementos esenciales: confesión, penitencia, reconciliación. El Concilio Vaticano II dedicó a este rito un solo párrafo en la Constitución sobre la liturgia, estableciendo que se reformase de modo que la naturaleza y la esencia de la reconciliación quedasen más en evidencia (SC 72).
A pesar del nuevo ritual que la S. Sede publicó en 1973, la gente se siguió confesando como lo había hecho hasta entonces y los sacerdotes también cumplieron su rol de confesores como lo habían hecho. Hay escasos sacerdotes y fieles que hacen del sacramento un encuentro de oración y de proclamación de la Palabra de Dios.
Actualmente, la gente ha dejado de confesarse con la frecuencia con que lo hacía. Porque hace treinta o cuarenta años si alguien quería mostrar su identidad de católico, la manera más clara era confesarse a menudo, en especial los domingos. La nueva manera de celebrar la Misa, con la importancia dada a la participación de los fieles, hizo mermar las confesiones «durante la Misa». Por otro lado, de la manera antigua de concebirse los cristianos como «corrompidos por el pecado», se ha pasado a la mentalidad actual de considerarse «impecables». Eso ha producido un cambio en la moral de los católicos; o bien, los nuevos modos de pensar la moral produjeron el cambio en la gente, al escuchar predicar a los nuevos sacerdotes fruto de algunos libros actuales. El «pecado» parece algo pasa do de moda, aunque cada uno sabe que no es así.
Algunos argumentan que la insistencia de la nueva predicación sobre el amor de Dios que perdona a sus hijos, Padre misericordioso… ha hecho perder el miedo a Dios y, por consiguiente, la gente se ha hecho más tolerante con el pecado. El argumento no se sostiene, porque si Dios es tan bondadoso, la respuesta adecuada a tal amor es buscar su voluntad y la santidad, dejando de lado una vida que no esté en consonancia con el Evangelio de Jesús.
Hay algo seguro: hoy han cobrado mucha importancia entre los fieles católicos las celebraciones comunitarias del sacramento de la reconciliación, también llamadas «celebraciones penitenciales con confesión y absolución individual».
¿Cómo y cuándo se hacen estas celebraciones? Cuestión pertinente. Como es difícil conseguir sacerdotes que dediquen suficiente tiempo al diálogo y la oración con el penitente, los sacerdotes solemos dar más importancia a la eficiencia (hacer las cosas) que a la eficacia (hacer lo bueno). Por lo común, esas celebraciones son hechas en Cuaresma o Adviento. Algunos confesores piden a los fieles que se acusen de un solo pecado; otros dan la misma penitencia por anticipado, usualmente una oración, que se reza en común al final; otros acortan la fórmula de la absolución. Se podrían solucionar esas deficiencias de varios modos: o bien cada uno puede irse a su casa apenas termina de confesarse, o bien se promueve la oportunidad de confesarse de modo individual más a menudo, o bien se hacen varias celebraciones durante el año.
Importa mucho comprender que la reconciliación es una oportunidad para compartir la Palabra y la oración en un momento especial entre confesor y penitente. Por eso, sería conveniente que, en las confesiones individuales, el penitente trajese el texto bíblico que más le gustase para el momento que atraviesa; y que además, propusiera la penitencia que le ayudaría en su proceso de conversión. Porque al fin y al cabo, la reconciliación es el encuentro de un hijo pecador con su Padre, y no una visita al «tribunal de faltas» para pagar la multa.