El cristiano como líder
Hace un tiempo un hombre, con mucha amargura, me explicó porque no creía en Dios. En su lamento, nunca mencionó los dogmas, la moral, ni la autoridad del Papa y los obispos. Según lo que decía, la credibilidad de la Iglesia dependía de otra cosa: el rostro de los cristianos. Si mal no recuerdo, esto es lo que me decía:
«No me venga a hablar de Dios, ni me regale libritos religiosos o estampitas, ni me pregunte si creo en la vida eterna. El infierno no me asusta tanto como mi terrible existencia actual. Ni me hable de la Iglesia. ¿Qué sabe la Iglesia de mi dolor y de mi desesperación? ¿Una Iglesia encerrada en sus propias paredes con gente desinteresada de los demás? ¡Y los curas! Tratando desesperadamente de convencer a esos «creyentes» de que tienen que abrir su bolsillo para los necesitados. Yo vi al Dios en que usted cree, reflejado en las caras de sus feligreses, que dan vuelta la cara ante lo que les disgusta, que buscan con ansia un «puesto» de honor… Por favor, no me hable nunca de Dios. Porque el Dios que vi en ustedes es un Dios sin misericordia, ni generosidad. Mientras la gente no se acerque a mi como un hermano, sin buscar un cliente, yo seré ateo».
Antes de subir al cielo, Jesús nos dejó el mandato de ir por todo el mundo, bautizando a la gente y enseñándole a cumplir sus mandatos. Por consiguiente, la tarea de un cristiano auténtico no consiste en repartir folletos, libritos, estampas o periódicos, como bien decía aquel hombre. La primera tarea es la de irradiar la compasión y el amor a Dios, tal como se manifestó en Jesucristo. Nuestras actitudes son las que hacen creyentes y evangelizan. Para eso, necesitamos ser «líderes», campeones de la fe, pese a las dificultades. No podemos ser católicos «más o menos cumplidores». Jesucristo nos llama a ejercitar nuestra imaginación: ¿los que ven la televisión-basura son los «otros» o esa droga que infecta a la sociedad es mantenida también por los que se llaman a si mismos cristianos? Jesucristo no podía tolerar a los hipócritas.
¿Qué hay que hacer para ser un líder? Es menester solamente «cambiar la cara». Cuando era seminarista el P. Poceiro nos decía que cuando predicásemos sobre el infierno podíamos usar la cara nuestra de cada día, pero sobre el cielo teníamos que poner la cara más hermosa y radiante posible… Si mi vida está centrada en ayudar a los demás, si soy humilde, sin pretensiones de fama, mi rostro va a manifestarlo. Si creo en Jesús y El es el centro de mi vida, mis gestos y actitudes van a manifestarlo. San Francisco de Asís decía que para predicar, también se pueden usar las palabras.
El Verbo de Dios se hizo carne y se tras-substancia en la Misa para hacerse Eucaristía. Del mismo modo, ese Verbo encarnado debe transsubstanciarse en cada uno de nosotros, para que el mundo siga viendo a Jesucristo en nuestras caras. ¿Les parece difícil? Hay que imaginarlo. Frente a una cantera, algunos miran la piedra, otros los verdaderos arquitectos ven la casa soñada… Recordemos que Jesús nos enseñó que el Reino de Dios es como un poco de levadura que fermenta toda la masa. El liderazgo del cristiano no es «igual»: cada uno será líder por la cara que ponga en su propia tarea.