
El beso de Dios
¡Qué misterio tan profundo
éste de mi propio ser:
he surgido del no-ser
y me exalto y me confundo,
mientras cantando me hundo
en mi nada, y sombra, y lodo!
Soy cadáver a tu modo,
soy sueño, soy despertar,
soy vida, soy palpitar,
soy luz, soy llama, soy todo.
Muerte, que das a mi vida
trascendencia y plenitud,
muerte que ardes de inquietud
como rosa amanecida,
cuando llegues encendida
y silenciosa a mi puerta,
besaré tu boca yerta
y, en el umbral de mi adiós,
al beso inmortal de Dios
me dispondrás, muerte muerta.
1: El himno presenta la figura de una masa humana inmensa que se encamina en caravana inexorable y lenta hacia la muerte. El poeta elige a un joven difunto, a su madre y sus amigos, como signos de esa «larga hilera». Sale de la ciudad hasta el desierto. Este himno está vinculado al episodio contado por Lucas 7:11
2: La voz de la Fe interrumpe el relato. Grita dos veces: una vez a Cristo resucitado. El puede levantar su voz y decir: Despierta tú que duermes (Efesios 5:14). La segunda vez a la muerte: que no siga porque Cristo ya pagó el rescate. Ya no hay caravana inexorable hacia la aniquilación. Ahora la peregrinación va hacia la Vida. La muerte sólo es un sueño. Nos despertarán para la resurrección.
3: Raquel puede, entonces, llorar no ya de amargura, sino de gozo, sus hijos inocentes viven para siempre, les quitaron la vida por el odio, aunque nadie pudo quitarles el deseo de la felicidad de ver a Dios. Ese es el «gran día» en que se acabará la muerte.

