Durante la consagración
Después del Santo comienzan las oraciones de la Consagración. Ante todo, pedimos que el Espíritu Santo realice lo que Jesús mando hacer en memoria suya. Y luego, con mucha atención, participamos de las palabras de Jesús «Esto es mi Cuerpo que va a ser entregado por ustedes. Esta en mi Sangre que va a ser derramada por ustedes». Jesús se refería a la Cruz. Porque la Eucaristía está vinculada a la entrega de Jesús sobre la Cruz.
Cuando el sacerdote alza la Hostia consagrada, decimos unidos: Señor mio y Dios mio, y enseguida, mientras dura la elevación del Cuerpo pronunciamos en nuestro interior este acto de Fe:
Creo, Señor, que estás verdadera, real y substancialmente presente con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en este santísimo Sacramento.
Luego mientras el sacerdote dobla la rodilla o se inclina profundamente para adorar, decimos con el corazón:
Te adoro, precioso Cuerpo (Sangre) de Nuestro Señor Jesucristo, que en el ara de la Cruz fuiste digno sacrificio por mis pecados y los del mundo entero.
Luego se enciende el «tercer cirio», que indica que ya no hay más pan y vino sobre el altar sino el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es conveniente que esos actos interiores se vayan acumulando en nuestra alma: así aprendemos a tener Fe en medio de las dificultades y contrariedades, y también aprender a adorar a Dios.