Guía y consejo,  Liturgia

Domingo de la Santísima Trinidad

¡Oh Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro; y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir: ¡basta!

El alma que se sacia en tu hondura, te desea sin cesar, porque está hambrienta de ti, Trinidad eterna;

está deseosa de ver tu luz en tu luz. Como el ciervo suspira por el agua viva de las fuentes, así mi alma ansía salir de la prisión del cuerpo, para verte de verdad.

¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse. Tú eres el fuego que consume en sí todo amor propio del alma; tú eres la luz por encima de toda luz…

Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con su dulzura a quienes tienen hambre. ¡Pues tú eres dulce, sin nada de amargor!

¡Revísteme, Trinidad eterna, revísteme de ti misma para que pase esta vida mortal en la verdadera obediencia y en la luz de la fe santísima, con la que tú has embriagado a mi alma! AMÉN.

(Santa Catalina de Siena)

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