
Dios no puede cambiar un huevo frito, pero puede darnos setenta huevos crudos.
Hoy vivimos en una Iglesia en donde con facilidad se quebrantan los mandamientos: matrimonios rotos, abortos, religiosas y sacerdotes que se van, embarazos fuera del matrimonio, amistad traicionada, relaciones rotas, aventuras que trajeron amargura, errores serios, pesares agudos. A veces con sentido de pecado, a veces sin él. Muchos piensan que su actitud es irrevocable. No hay que pensar como se piensa hoy: ya nada se puede perdonar. Por eso, algunos creen que su pecado o su error los marca para siempre. Es una ley rotunda. Ya los cristianos no creen que haya una segunda oportunidad.
Nací en un catolicismo moralista en donde uno no se comprometía con el pecado. Hoy no es así. Hoy hay una moral relativista, que permite todo y no se arrepiente de nada. Un error grave era antes un estigma. He visto este estigma en toda clase de gente: desde obispos a simples fieles. Y no se puede hacer nada para ayudarlos. Sin embargo, la Gracias de Dios nos permite vivir con la inocencia renovada.Dios no nos da otra oportunidad sino setenta veces siete oportunidades. Cada vez que cerramos una puerta, Dios abre otra. Tomemos nuestros lugares entre los quebrantados, cuyas vidas no son perfectas, los pecadores a quienes Dios ama y para quienes Cristo se hizo hombre.

