Diálogo de las culturas
El Papa Juan Pablo II ha propuesto para la Jornada mundial de la Paz este lema: el diálogo de las culturas es el camino hacia la paz y el amor. Es preciso, pues, tratar de aclarar que significa «diálogo de las culturas». Ante todo, hay que distinguir tres palabras parecidas que tienen significados diferentes: enculturación, inculturación y aculturación. Enculturación es el proceso por el cual un pueblo es incorporado al bagaje cultural de su historia: es un aprendizaje. Inculturación es el proceso por el cual una realidad, el Evangelio o la moral. adquiere expresión cultural: es un trabajo de asumir las realidades, como Cristo asumió la naturaleza humana en medio de un pueblo, geografía e historia concretas. Aculturación es el encuentro entre una cultura y otra.
Por consiguiente, el diálogo de las culturas se inscribe en un proceso de encuentro o aculturación. Eso significa que la comunicación de las culturas se hace tomando como base el respeto mutuo y la comprensión. El encuentro de las culturas se hace de modo externo, por eso es difícil entablar el diálogo cuando solamente existen algunos elementos yuxtapuestos que vienen de diferentes fuentes y origenes. Sin embargo, ese encuentro «externo» es fundamental para que se inicie el proceso de intercambio que se necesita. Sin este encuentro externo, no puede llegarse a expresar culturalmente el propio mensaje.
Para los cristianos lo que acabamos de explicar tiene mucha importancia, porque nos encontramos en una sociedad cambiada por avances tecnológicos y retrocesos morales. En el fondo, cada cultura se define por su relación con Dios o por su falta de relación a El. Eso quiere decir que cada cultura es «religiosa» o «arreligiosa». No se trata pues de elementos superfluos y accesorios, como la escenografía de una obra de teatro Cuando hablamos de «culturas» estamos tocando uno de los aspectos más profundos de la naturaleza humana: la relación con Dios afirmada o negada.
Tenemos que encontrarnos con aquellos cuyo proyecto cultural es «ateo» y, por lo tanto, que quitan el fundamento moral a la existencia. Si Dios no existiera, cada uno podría hacer lo que quisiera, y su única limitación vendría de las leyes del Estado. Nuestro proyecto cultural es «religioso», porque ponemos a Dios como fuente y razón de toda vida humana y justicia. En cada ser humano en quien funcione bien la conciencia, una voz interior premia o culpa, mucho antes de la ley humana.
Dialogar con las culturas es dialogar sobre Dios. Por eso, a veces, sólo podremos obtener una «yuxtaposición» (los religiosos junto a los ateos, podemos dar una declaración y al poco tiempo separarnos). Otras veces podremos hablar con más profundidad: interactuando, es decir, expresando con libertad, sencillez y claridad nuestras posturas para que sean entendidas por los otros, y oyendo atentamente las posiciones de los demás con humanidad y cordialidad. Y todas las veces hemos de dialogar con los demás, sabiendo que nuestra meta no es «asimilar» a nadie, sino respetar a todos. Si se instaura un diálogo así entre cristianos y no cristianos, entre católicos y cristianos, entre creyentes y ateos, hay esperanza de que algo nueva pueda suceder en este mundo.