Cuando la identidad de una madre es desafiada
Hay ciclos de la vida de las mamás en que su persona es provocada. Entre ellos la boda, la preñez, la compra de una casa, el nido vacío. Hay uno de esos momentos del que nadie habla, pero existe.
En mi larga práctica, sé que las madres sufren cuando sus chicos cierran la puerta de su cuarto. Ese momento hace perder la identidad a una madre. Siente un ahogo que no se anima a decir. Es un dolor íntimo.
Esa verdad me llevó a querer hallar un arreglo para que las madres probasen que eran parte de nuestro grupo y librasen las malas caras en su casa. Me di cuenta que las mamás que rezaban el rosario se calmaban. Pasar las cuentas traía aplomo y calma.
Entonces inventé la Pulsera de San Gabriel. Es un simple detalle que no se observa, con unos dijes y una medalla del ángel. Las mujeres usan esas cosas con asenso de la gente (los varones tapamos las certezas en cajones o carpetas). Cuando una madre se queda pasmada ante sus hijos púberes que hasta hace poco las ceñían y rondaban, pasar los dijes de la pulsera y apretar la medalla les hace mucho bien.
La Pulsera de San Gabriel es un símbolo de éxito, de ilusión y de temple. Los hijos deben crecer.